Hermosura del cuerpo
Martha Morales
Dios ha querido dotar al cuerpo de una hermosura incomparable. El cuerpo de una
mujer hermosa es capaz de ejercer una presión difícilmente resistible sobre el
varón. La defensa contra esa fuerza poderosa para la mujer, es el recato, la
modestia y el pudor.
La mujer lujuriosa puede seducir de forma irresistible al varón pero, al menguarle
su libertad, no diremos que lo ama sino que lo avasalla. El varón pierde entonces la
capacidad de descubrir una mujer –un sujeto de amor- y se ve hechizado por un
cuerpo –objeto de placer-. Ha cambiado a la persona por la cosa. Y la mujer
impúdica, por su parte, jamás podrá estar segura de ser amada, puesto que el
amor brota del libre consentimiento. El arma de la mujer se volvió contra ella
misma para destrozarla (Ricardo Sada, Cinco minutos , febrero, p. 64).
Afortunadamente el hombre tiene ojos con dos párpados y, por tanto, en momentos
críticos, puede decidir no mirar. Guardar la vista salva de muchas tentaciones. El
cuerpo humano es hermoso pero mucha más hermosa es el alma, sobre todo si
está en estado de gracia.
La verdadera civilizaci￳n, ya lo dijo Baudelaire, está en “la disminuci￳n de las
huellas del pecado original”. Para triunfar sobre las tentaciones necesitamos poner
los medios y ejercitar la fe. El ser humano “no puede subsistir sin adorar algo”
(Fedor Dostoieuski).
Dios nos promete una vida alegre, pero no cómoda. Todos debemos prepararnos
para la gran cosecha que se aproxima. Vamos a necesitar una buena disposición
para aceptar los regalos del Espíritu Santo, dones que nos sostendrán en los
momentos difíciles.
Hay que desenmascarar esos sucedáneos del Cielo, donde ya no está Dios, estamos
nosotros, entonces hay tristeza y aburrimiento. No podemos permitir que el tiempo
que nos queda se nos escape. Somos amados por Dios sin medida, más de lo que
podemos imaginar. El tiempo de pruebas y persecuciones ya llegó. El camino del
Calvario no se puede evitar. Hemos de aceptar llenos de gratitud las pruebas y
sufrimientos de este mundo. Hay que discernir y no vacilar en desear la santidad
ante la gran purificación que está por venir.
“No avanzar en el camino hacia Dios es retroceder”, afirma San Gregorio Magno.
Toda la vida cristiana se reduce en ser por la gracia lo que Jesús es por naturaleza:
Hijo de Dios. Esta verdad ha de impregnar todo nuestro ser y actuar. Quien sirve al
Señor ha de ser amable con todos y ha de corregir con dulzura (cfr. 2 Tim, 22-26).
Nuestro corazón está diseñado para amar, odiar lo que nos aleje de Dios. Dios nos
recuerda continuamente que vale la pena ir adelante. La vida es “una mala noche
en una mala posada”, como decía Santa Teresa de Jesús. Todo pasa. Nos espera
una vida mejor. El que nos espera en la meta camina junto a nosotros. El primer
interesado en que lleguemos junto a Él es Dios, pero “quien te creó sin ti, no te
salvará sin ti, como recordaba San Agustín. Dios espera de nosotros esfuerzo y
dedicación, y después de esta corta vida vivida en su presencia, nos llevará al Cielo
donde seremos eternamente felices.
Podemos decirle al Se￱or: “Tú siempre estás conmigo y eso me alienta para
afrontar cualquier dificultad, por ardua que parezca. Gracias por el gozo de padecer
por Ti. Dejo mis aflicciones y mis proyectos en tus manos. Me apoyo en Ti. En Ti
encuentro mi fortaleza, mi esperanza. ¡Vale la pena vivir de esperanza!”.