Tras una peregrinación
P. Fernando Pascual
9-7-2016
Un grupo de parroquianos volvió lleno de alegría después de su peregrinación. El párroco los recibió al
día siguiente y pudieron así hablar un buen rato.
En la sacristía, pasó una persona que no se había apuntado a la peregrinación, y uno le echó en cara ese
hecho. “¿Por qué, si tenías tiempo y posibilidades, no viniste con nosotros?”
El interpelado quedó sorprendido por la pregunta y por el tono de la misma. El párroco, después de un
momento de silencio, quiso aprovechar la situación para una pequeña enseñanza.
“Es hermoso el que ustedes hayan ido como peregrinos para renovar su vida cristiana. Han realizado
un viaje con no pocos sacrificios y con un deseo de mayor oración.
Pero sería extraño que tras esta experiencia espiritual hubiera en algunos corazones un sentimiento de
superioridad o, tal vez, de considerar como imperfectos a quienes no se apuntaron al grupo.
Cada parroquiano tiene un camino espiritual que es único. En ese camino se junta la gracia de Dios y la
respuesta personal. No sabemos por qué unos se inscribieron a la peregrinación y otros prefirieron
quedarse aquí, en la vida ordinaria.
Lo que sí sabemos es que, con o sin peregrinación, todos estamos llamados a formar una verdadera
familia como católicos y mantenernos unidos desde el Amor que Dios nos ofrece.
¿No sería este un hermoso fruto de esta peregrinación, de quienes fueron y de quienes se quedaron?”
Hubo un silencio fecundo en la sacristía. El párroco había abierto su corazón para transmitir un deseo
que, en el fondo, nacía de uno de los deseos más intensos del mismo Jesucristo:
“Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado” ( Jn 17,21).