CADA DÍA SU AFÁN Diario de León
VISITAR Y CUIDAR A LOS ENFERMOS
Esta obra de misericordia nos exhorta a conocer la suerte de los enfermos. Y nos
recuerda que es preciso completar la eficiencia técnica con una presencia humana al
lado del enfermo. La atención a la fragilidad de los enfermos hace más evidente que
nunca la necesidad de vivir y de transmitir la ternura.
La atención a los enfermos es en el Antiguo Testamento un signo del poder de
Dios. Abandonado por sus propios parientes, un enfermo pide a Dios que no lo deje
bajar al abismo (Sal 88). Otro enfermo expone ante el Señor el estado en que se
encuentra, para pasar inmediatamente a implorar su compasión (Sal 102).
Junto a la protección divina, también la compasión humana es importante para el
enfermo. El profeta Elías se compadece de la enfermedad que llega a la casa que le ha
acogido. Cuando el hijo de la viuda de Sarepta cae enfermo, Elías ora por él y se lo
devuelve vivo a su madre (1 Re 17,17-24).
En los evangelios se dice que quienes tenían enfermos los traían hasta Jesús (Mc
1,32; Lc 4,40) y los colocaban en las calles para que él los curara a su paso (Mc 6,56).
Se recuerda que Jesús sanó a muchos de sus plagas y enfermedades (Lc 7,21).
Esa tarea forma parte del mandato de Jesús a sus discípulos: sanad enfermos,
limpiad leprosos, resucitad muertos (Mt 10,8). De hecho, Jesús los envía a predicar y a
sanar a los enfermos (Lc 9,2; 10,9). Finalmente, en la profecía del juicio final Jesús se
identifica con el enfermo que espera ser visitado (cf. Mt 25,36.39).
En la carta de Santiago se encuentra una referencia explícita a un rito de unción y
de oración sobre los enfermos. Esa oración y esa unción se identifican generalmente con
el sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,14).
Muchos piensan que hoy no queda espacio para llevar a cabo esta obra de
misericordia. Pero no es verdad. Todos podemos aprender las tres actitudes que san
Juan Pablo II extraía de la parábola del Buen Samaritano.
• Hay que cultivar la sensibilidad humana para aprender a detenerse para
descubrir el dolor de los que sufren.
• Es necesario aprender a compadecerse y colocarse sinceramente en el puesto de
la persona que sufre.
• Hay que aprender a prestar al enfermo, y en general a todas las personas que
sufren, una ayuda apropiada y eficaz, tanto personal como institucional.
Quien se acerca con delicadeza y generosidad a un enfermo recibe más que lo que
entrega. Con su paz y su oración, el enfermo nos descubre lo que somos en realidad.
Nos revela nuestra debilidad y la fuerza de la gracia. El misterio de la cruz de Cristo.
Al visitar y atender al enfermo, nos acercamos al Señor.
Esta obra de misericordia constituye también en nuestros días un gran desafío
para promover una mayor humanización de la sanidad. Y una defensa decidida de la
dignidad de la persona humana.
José-Román Flecha Andrés