CADA DIA SU AFÁN
DAR POSADA AL PEREGRINO
Esta obra de misericordia evoca los tiempos en los que los peregrinos llegaban a una
aldea pidiendo alojamiento. En realidad nos invita a repensar nuestra capacidad para la acogida
y la hospitalidad. Esta antigua obra de misericordia se actualiza hoy en la aceptación de los
numerosos inmigrantes y refugiados que buscan acogida en países que consideran más
prósperos y más seguros.
En las páginas de la Biblia encontramos numerosos ejemplos de gentes hospitalarias con
relación a los pobres y a los extranjeros.
Abraham acoge en su tienda a los peregrinos que llegan hasta Mambré y en ellos acoge
al mismo Dios (Gén 18,3-5). La hospitalidad de la viuda de Sarepta hacia Elías es
recompensada con el aumento de la harina y del aceite. El recuerdo de la esclavitud en Egipto
motiva la norma de acoger al forastero y al emigrante: “Amaréis al emigrante, porque
emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt, 10,19).
En Betania Jesús es acogido por Marta y María (Lc 10,38-42) y en Jericó se hace
invitar por Zaqueo. Aquel gesto de hospitalidad lleva al jefe de los publicanos a compartir sus
bienes con los pobres y a practicar la justicia con los defraudados (Lc 19,1-10). La hospitalidad
para con los forasteros, con los que Jesús se identificará en el juicio final, es uno de los signos
para discernir la sinceridad de los creyentes (cf. Mt 25, 35.43).
Finalmente recordamos la exhortación de la carta a los Hebreos: “No os olvidéis de la
hospitalidad; gracias a ella algunos hospedaron a ángeles sin saberlo” (Heb 13,2).
La hospitalidad es la gran victoria contra los estereotipos que proyectamos sobre el
prójimo, al que consideramos peligroso. Quien acoge a otros en su corazón demuestra tenerlo
grande y abierto. Quien acoge a otros en su hogar, puede esperar ser acogido. Y, sobre todo,
puede ejercer la gratuidad del amor.
Con el ejercicio de la hospitalidad a los pobres, a los marginados y a los inmigrantes
podrán vivir los creyentes el espíritu de la fraternidad. Al mismo tiempo, denunciarán el
individualismo de nuestro mundo. Y, por fin, anticiparán proféticamente la acogida que el
Padre celestial nos ha de dispensar en su morada eterna.
La obra de misericordia que nos invita a dar hospitalidad al peregrino nos obliga a
preguntarnos por nuestra responsabilidad en ignorar la situación de las personas que se ven
privadas de un hogar y aun de la esperanza de adquirirlo. Pensamos en los prófugos que son
obligados a abandonar sus casas y sus países de origen. Y en los inmigrantes que son vistos
como una amenaza para los ciudadanos.
Y pensamos también en todos aquellos a los que nos negamos a aceptar como colegas y
como hermanos. Seguramente debemos preguntarnos cómo nos sentiríamos si nos
encontráramos un día en su lugar.
José-Román Flecha Andrés