HELADA
Debo confesar que no recuerdo, últimamente, una helada tan notoria.
Caminar por sobre ella era ir aplastando unos pastos que crujían bajo mis zapatos.
En algunos lugares el blanco era más notorio que en otros.
No pude evitar que mi mente se dirigiese a esos que están, como se dice hoy, “en
situación calle”
No sé qué será de ella puesto que nunca más la he visto.
Cuando iba, los viernes, a un lugar donde me daban comida solía encontrarme con
ella.
Envuelta en alguna frazada, rodeada de bolsas con vaya uno a saber qué y con el
rostro untado con una especie de grasa de color amarillento.
Un día pasé, la vi, la saludé y continué mi camino.
A la vez siguiente me detuve y le ofrecí algo de lo que me habían dado.
Lo tomó y me quedó mirando con desconfianza.
Apoyé el bolso, que llevaba sobre mi hombro, y me senté en la vereda cerca de
ella.
Tomé en mi mano un algo de lo que había compartido con ella y me puse a
comerlo.
Ella esbozó una leve sonrisa y comió con avidez.
Las palabras salías lentas y escazas de su boca.
Hablaba del tiempo y de la calle.
Yo nunca le pregunté, simplemente me limitaba a seguir su conversación.
Desde allí siempre que pasaba le dejaba un algo de alimento y sin demora se lo
comía.
Ya no necesitaba sentarme cerca de ella para demostrarle que la comida era
comible.
Hubo un tiempo en que pensaba me estaba esperando.
Miraba en la dirección por la que solía aparecer y esbozaba una sonrisa en medio de
su rostro untado con aquella pasta casi verdosa.
Hoy, mientras pisaba la helada, me recordé de ella.
Quizás esté en algún refugio. Quizás ya ha muerto.
Recuerdo algunos de sus cuentos pero no sé su nombre ya que nunca me lo dijo.
¿Seguirá viviendo sobre aquellos cartones y envuelta con una frazada y rodeada de
pequeñas bolsas?
Siempre Dios pone en nuestro cruce a alguien a quien podemos dar una mano.
Es alguien que está allí y no nos pide nada.
Es alguien que está allí y, tal vez, ni nos mira para que seamos nosotros quienes le
miremos.
Es alguien que no pretende grandes cosas sino que le prestemos un poco de
nuestro tiempo hecho atención.
Es alguien que no nos dirá grandes palabras ya que su mayor palabra es el estar
allí.
Jamás nuestra mente podrá estar, completamente, en el lugar de aquellas mentes.
Habrá muchas cosas que jamás podremos comprender debidamente.
Ellos no nos piden les comprendamos sino que los aceptemos.
Ellos no nos piden les justifiquemos sino que los atendamos.
Ellos están allí para que no seamos ligeros transeúntes junto a ellos.
Ellos están allí para que hagamos algo.
Estos son pensamientos fríos ya que productos de la helada matutina.
Estos son pensamientos fríos puesto que distantes de lo que solemos hacer.
Estos son pensamientos fríos ya que lejanos de nuestros intereses.
Creo que nunca nos planteamos el cómo nos gustaría ser tratados si, por cualquier
cosa de la vida, nos tocase estar en esa situación.
Pero pensar esto ya es más helado que la helada de hoy en la mañana.
Padre Martin Ponce de Leon S.D.B