Darse para toda la vida, ¿quita la libertad?
P. Fernando Pascual
3-6-2016
Una de las señales más hermosas del amor consiste en darse para toda la vida. Lo cual, en un mundo
como el nuestro, parece difícil. Incluso algunos llegan a pensar que se trata de algo imposible o
antinatural.
En realidad, la plenitud humana solo se consigue en la entrega plena del propio amor. Ello es posible
cuando uno deja a un lado su egoísmo y pone en el centro al otro, a la otra. Entonces surge el milagro
del amor completo.
Son ideas que expresó el Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado el año 2012. Por un lado, el
Papa planteaba las dudas y dificultades a un amor total con estas palabras:
“Tenemos en primer lugar la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su
carencia de compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su
naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización?” (Benedicto
XVI, 21-12-2012).
Inmediatamente después el Papa formulaba otras preguntas:
“El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro
solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la
vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él?”
Por desgracia, observaba Benedicto XVI, hay quienes rechazan el compromiso porque se comprende
mal la libertad, y porque se busca rehuir el sufrimiento. Ello “significa que el hombre permanece
encerrado en sí mismo y, en última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo, no lo supera
verdaderamente”.
Frente a este miedo a la entrega, se hace necesario descubrir el camino de la plenitud: amar
completamente, amar con alegría, amar con totalidad. Así lo explicaba el Papa:
“Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los
otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser
persona humana”.
Vivir implica darse, en cada instante. Las alternativas son pocas: o uno vive con un miedo continuo al
otro, como si me quitase la libertad, con lo que termina encadenado a sus propios caprichos o a sus
racionalismos autorreferenciales; o uno se da al otro con un amor auténtico y total, y descubre entonces
cómo, al “renunciar” a su libertad, empieza a ser verdaderamente libre...