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Otra Iglesia es posible
Ángel Gutiérrez Sanz (Autor del libro “Ser mujer en un mundo de hombres”)
No deja de ser preocupante que en el siglo XXI haya todavía quienes sigan poniendo
trabas a que se abra un proceso para acabar con la discriminación que las mujeres
vienen padeciendo y dejen de ser unos sujetos pasivos, aptos solamente para oír, ver y
callar. En el seno de la propia Iglesia se necesita aclarar la función que les corresponde,
a la luz de una “teología de la mujer”, que ponga de manifiesto su verdadero carisma,
algo que el Papa Francisco viene repitiendo por activa y por pasiva y según ha dado a
entender estaría dispuesto a emprender el camino para que esto se llevara a la práctica.
De momento está previsto que el tema del diaconado femenino sea estudiado por un
Comité Pontificio competente. Todo bastante lógico.
No debiera ser motivo de escándalo para nadie el que se autorice a las mujeres a
anunciar la palabra de Dios, cuando en realidad esto es algo que no se puede negar a
ningún bautizado. El encargo de Cristo a todos sus seguidores no deja lugar a dudas. “
Id y predicad el evangelio por todo el mundo”, exactamente esto es lo que ya están
haciendo miles de mujeres misioneras. Sobre el Sacramento Bautismal, todo el mundo
debiera saber que es doctrina de la Iglesia que cualquier católico puede administrarlo en
determinados casos, bastante frecuentes por cierto en tierras de misiones y con
respecto al Matrimonio basta con reparar en que los ministros de este sacramento son
los propios contrayentes, siendo el celebrante no más que un testigo calificado.
Ergo…. ¿a qué tanto recelo?
Yo tengo la impresión de que con las mujeres diaconisas va suceder lo mismo que con
el tema de los católicos divorciados. Tendremos que ir comprendiendo que no se trata
de una cuestión zanjada de antemano, sino de algo opinable, ya que nadie puede poner
sobre la mesa un argumento tan contundente capaz de hacernos creer que éste es un
camino prohibido, por el que no nos está permitido transitar ; no lo piensa así el Papa
Francisco, es más el can. 15 de Calcedonia (451) parece dar a entender que las
diaconisas fueron ciertamente «ordenadas» por la imposición de manos ( cheirotonia ).
Entonces, ¿por qué oponerse a algo que cuenta con todas las bendiciones?
Todo parece indicar que llegará el momento, si es que no ha llegado ya, en que las
mujeres sean llamadas a ejercer una función mucho más relevante en el seno de la
Iglesia de lo que hasta el presente han venido ejerciendo. Habrá que ir pensando
además que es tarea de todos facilitar las cosas al Santo Padre, para que más bien
pronto que tarde encuentre la salida a una cuestión como ésta, que lleva tanto tiempo
sobre la mesa esperando a que venga alguien dispuesto a afrontarla con decisión y
realismo. Ya sabemos que las cosas de palacio van despacio y que Iglesia Católica
siempre se mueve con los pies de plomo, por lo que va a ser preciso tener paciencia y
saber esperar, lo cual no quita para que reparemos también que respecto a la
incorporación de la mujer al Ministerio Sagrado llevamos muchos años de retraso y
convendría acompasar el ritmo de la Iglesia al ritmo trepidante de los tiempos que nos
está tocando vivir, para no quedar descolgados de la Historia. Razones para avivar la
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marcha puede haber muchas; pero yo me voy a fijar en tres, que según creo debieran
tomarse en consideración.
La primera de ellas sería porque es importante llegar a tiempo. La historia nos ha
enseñado que las tardanzas pueden tener efectos desastrosos. Hemos tenido ocasión de
ver lo que pasó con el mundo obrero en el siglo pasado. León XIII, el Papa de los
trabajadores, que ha pasado a la historia como uno de los que más hizo a favor de las
cuestiones sociales, debió ser el ejemplo a seguir; pero no fue así, sino todo lo contrario.
En este tiempo precisamente fue cuando asistimos a la gran deserción de la masa
trabajadora ¿por qué? Pues porque falsos profetas del mundo laboral le habían cogido la
delantera a la hora de dar respuesta al descontento social. La cuestión no puede estar
más clara. Cuando en 1891 se publica la encíclica Rerum Novarum, el Manifiesto
Comunista de Engel y Marx llevaba ya 44 años de rodaje y esto exactamente es lo que
no quisiéramos que pasara hoy con el gran colectivo de las mujeres. La cultura laica
lleva muchos años tratando de dar satisfacción a la conciencia reivindicativa femenina,
que hoy se muestra como imparable y la Iglesia debiera tomar buena nota de ello para
no llegar tarde a esta cita con la Historia. Es una evidencia que muchas mujeres
católicas se sienten insatisfechas con su grado de participación en la Iglesia y les
gustaría tener un papel más activo. Están llamando a sus puertas con insistencia porque
piensan que es mucho lo que pueden aportar; pero si estas puertas no se abren para ellas,
lo más seguro es que otras puertas sí lo harán.
Hace unos años que la representante genuina del feminismo católica Edit Stein,
coetánea de Simone de Beauvoir se percató de que sería bueno que la Iglesia
reconsiderara su postura con respecto a la mujer. Esta prodigiosa intelectual y santa de
nuestro tiempo, que subió a los altares con el nombre de Sta. Teresa Benedicta de la
Cruz, fue declarada Patrona de Europa y modelo a seguir por Juan Pablo II, ella que en
tiempos muy difíciles asumió el compromiso con la mujer moderna, la vemos
expresarse así: “La Iglesia Primitiva conoce las mujeres consagradas al servicio
litúrgico y también un oficio eclesiástico consagrado, el diaconado femenino, con una
consagración diaconal propia, pero tampoco ella ha introducido el sacerdocio de la
mujer. El ulterior desarrollo histórico trae una eliminación de las mujeres en estos
ministerios y un hundimiento lento de su función legítima eclesial al parecer bajo el
influjo veterotestamentario y las ideas del derecho romano. La época moderna señala
un cambio debido a la fuerte demanda de las fuerzas femeninas para el trabajo eclesial
de caridad y la pastoral de las almas . Por el lado femenino surgen intentos de dar
nuevamente a esta actividad el carácter de un servicio eclesial consagrado y desde
luego puede ocurrir que a esta petición un día se le preste atención. La cuestión es si
esto sería el primer paso hacia un camino que finalmente condujera hacia el sacerdocio
de la mujer. Me parece que desde el punto de vista dogmático no existe nada que
pudiera prohibir a la Iglesia llevar a cabo una novedad semejante hasta ahora
inaudita. Si se tratara de encomendarlo desde el punto de vista práctico la cuestión
presentaría argumentos en pro y en contra. (“La mujer, su papel según la Naturaleza y
la Gracia”. Madrid. Palabra 1998 .pág. 76- 80 )
La segunda razón sería de índole moral . Si partimos del hecho presumible de que ni
explícita ni implícitamente la Voluntad Divina se manifiesta en contra del diaconado
femenino, lo que procede es afrontar la cuestión en términos de estricta justicia
distributiva, que exige dar a cada cual lo que le corresponde según derecho, colocando
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en otro plano consideraciones subjetivas sobre si ello es lo más oportuno o lo que más
conviene . De no existir impedimento divino hoy resulta muy difícil tratar de defender
moralmente cualquier tipo de discriminación en razón del sexo . En un tiempo pasado,
en que se ponía en duda la igualdad antropológica de la mujer con respecto al hombre,
podían esgrimirse argumentos para justificar ciertos comportamientos sexistas, pero los
tiempos han cambiado y hoy, cuando ya nadie pone en duda la igualdad de naturaleza y
de capacidad entre ambos, resulta cuando menos un tanto arbitrario no medir a los dos
por el mismo rasero. Ello quiere decir que la argumentación que aplicamos para el
hombre debiera valer también para la mujer y si decimos que hay que actuar con
celeridad cuando existen sospechas fundadas de que a un hombre se le está negando lo
que en realidad le pertenece, esto mismo debiéramos pensar cuando de mujeres se trata.
Existe una tercera razón que viene dictada por las circunstancias en que nos
encontramos. Desde el año 1971 comienza a ser preocupante la escasez de ministros en
la Iglesia Católica, por la falta de vocaciones y por abandono, pero hoy lo es mucho
más. Como consecuencia de ello hay parroquias que no están atendidas como fuera de
desear y son muchos los fieles a los que no llegan las ayudas espirituales. Estoy
pensando en los muchos creyentes que viven desconectados en residencias, hospitales,
albergues, etc sin que nadie se acerque por allí a llevarles la comunión o a celebrar con
ellos la liturgia de la palabra. A la vista de semejante situación hace ya tiempo que José
Mª Castillo recordaba el derecho de los fieles a ser atendidos en sus necesidades
espirituales y el deber de los Pastores en proporcionársela. Si esto es así, no cabe duda
que al diaconado femenino, después de ser comprobado que sobre él no pesa ninguna
sanción dogmática, debiera dársele luz verde viendo en él una expresión legítima de la
personal vocación de Dios. Vistas las actuales circunstancias y teniendo presente que
«salus animarum, suprema Ecclesiae lex ”, resultan más comprensibles las palabras del
cardenal Carlo Mª Martini, que nos hablan de que otra Iglesia es posible donde la mujer
ocupe ministerios sagrados.
Se pronostica que el siglo XXI va ser el siglo de las mujeres y puede que así sea. La
Sociedad las necesita y la Iglesia también; comienza pues a percibirse la voz del Señor,
que las convoca a ejercer funciones especiales en su Iglesia. La hora de la mujer ha
llegado como también la hora de los laicos . Nuevos tiempos que piden cambios para
que una Nueva Evangelización pueda llegar a feliz término.