CUERPO DE CRISTO
Es una de esas celebraciones a las que le hemos despojado de un contenido
importante.
Le hemos quitado toda esa humanidad que tal realidad posee.
Nos hemos limitado a una celebración donde lo importante es lo “espiritual” más
que lo humano.
En Jesús se da toda una connotación humana que no podemos dejar de lado.
Es Dios que se hace hombre y asume todo lo nuestro.
Tan es el “todo” que nace, muere y resucita.
Todo nuestro ciclo vital se da en él sin perder su condición de Dios.
Alimentarnos con su Cuerpo es comprometernos con lo que él se comprometió.
Es un intento constante y progresivo de identidad desde la comunión.
Tendremos nuestros avances y nuestros retrocesos como nos sucede en todos
nuestros procesos de vida.
Si bien todos nuestros procesos están orientados a la realización plena jamás
transitamos los mismos en un permanente avanzar.
Necesitamos de esas pérdidas de rumbo para reafirmar, corregir y aprender en
cuanto los pasos a continuar dando.
Necesitamos equivocarnos para saber que no podemos solos.
Como cristianos avanzamos en la medida nos sintamos necesitados.
El Cuerpo de Cristo no es una experiencia de contemplación sino de vivencia.
Lo contemplamos para poder aprender de Él.
Lo contemplamos para conocerle un algo más.
De poco sirve nuestra contemplación si no va acompañada de manifestaciones
concretas en lo cotidiano de nuestro actuar.
De poco sirve nuestra contemplación si no va acompañada de gestos de cercanía
para con nuestros hermanos necesitados.
Pero ello no es suficiente puesto que, desde su vida, nos estará pidiendo hacer algo
por los más necesitados.
Alimentarnos del Cuerpo de Cristo es hacer algo por quienes se descubren excluidos
del sistema ya que ello fue lo hecho por Él.
Alimentarnos del Cuerpo de Cristo no es quedarnos encerrados en un templo sino
un impulso fuerte a salir al encuentro de quienes necesitan.
Siempre encontramos, muy cerca nuestro, seres que necesitan de nosotros.
Necesitan nuestra presencia, nuestra aceptación, nuestra escucha, nuestro respeto,
nuestra solidaridad y todo eso que le haga recuperar su condición de persona.
Jesús no fue un “místico” como solemos entenderlo hoy.
Jesús vivió comprometido con la “justicia social” por utilizar una expresión de
nuestro tiempo.
En su tiempo el cumplimiento de las normas religiosas estaban por sobre la
promoción integral de las personas.
Él se encargó de ubicar al ser humano en ese justo lugar donde nada es más
importante que su condición de persona.
Jesús ha venido para que la persona no sea esclava de las normas sino para que
estas sean una ayuda de su realización personal.
Mucho de esto, parecería, no tiene lugar en la fiesta que la Iglesia nos propone.
Sin duda existirán quienes entiendan que con este tipo de razonamiento se
empobrece a Jesús y su dignidad.
No nos quedemos con un “Cristo fácil” sino que seamos auténticos con esa
comunión que hacemos de Él.
Padre Martin Ponce de Leon S.D.B