El mejor secreto para un matrimonio feliz
P. Adolfo Güémez, L.C.
«Cada vez que me preguntan por mi esposa, siempre cuento sus cosas positivas. No porque
todo sea miel sobre hojuelas en mi matrimonio, sino porque hacerlo así fortalece mi amor y
me ayuda a valorarla.»
«Cuando estoy enojada con mi esposo, más que quejarme con los demás, recuerdo las tres
cualidades que me hicieron enamorarme de él.»
El mejor secreto para lograr un matrimonio feliz ¡es hablar siempre bien de la pareja!
No hay matrimonio perfecto. ¡Ni siquiera el de Brad Pitt y Angelina Jolie! Los que sí
existen, son los matrimonios perseverantes.
Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro. Siempre buscan
mostrar el lado bueno del cónyuge, más allá de sus debilidades y errores. En todo caso,
guardan silencio para no dañar su imagen.
Esta actitud no es algo falso, un mero gesto externo. Es fruto de una virtud llamada
benedicencia, que consiste en amar a los demás a través de las palabras.
Actuar así no es ingenuidad, pues no se trata de cegarnos ante las dificultades y puntos
débiles de la pareja. Consiste, más bien, en ampliar el propio horizonte, colocando esas
debilidades y errores en su contexto.
Porque, por más pesados que sean sus defectos, éstos son sólo una parte, no la totalidad de
su ser. Y por ello todos somos siempre susceptibles de recibir amor.
La benedicencia tampoco te hace más vulnerable y manipulable. Amar al otro no nos
debilita, sin importar la forma en que lo hagamos. De hecho, centrarnos en lo positivo,
fortalece indudablemente nuestra relación.
La madurez en un matrimonio inicia cuando aceptamos con sencillez que ambos somos una
compleja combinación de luces y de sombras. Pero que a partir de ellas juntos podemos
lograr formar un arcoíris.
Por eso no es realista exigir que el otro sea perfecto para seguir amándolo, para valorarlo.
Lo amo como es; me ama como soy. Con sus límites y los míos.
Porque, como dice el Papa Francisco, «que su amor sea imperfecto no significa que sea
falso o que no sea real. Es real, pero limitado y terreno». Por lo demás, el único amor
humano real tiene que ser así: defectuoso.
Ese es el amor verdadero, el que convive con la imperfección, la disculpa y sabe guardar
silencio ante las limitaciones del ser amado.
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