MÁS PEQUEÑO
Decidí dar una vuelta por las dudas.
Si lo encontraba a la vista me habría de detener.
Sabía que mi detención sería muy breve pero, igualmente, la realizaría.
Desde lejos le vi conversando con una pareja.
Me detuve. En ese instante la pareja se retiraba.
Le saludé.
“Te traje con el pensamiento” me dijo a modo de saludo.
Me llamó la atención el hecho de que se había empequeñecido.
Decidí acompañarle y se sentó para conversar.
Allí sentado, en aquel inmenso lugar, parecía, aún, más pequeño.
Sin duda que aún vivía todo lo que había debido sobrellevar.
La experiencia no era nada común.
Había debido afrontarla desde su soledad.
Todo era desbordante por lo inmenso de lo que, aún, debía afrontar y
enfrentar.
Sabía que sobre sus espaldas cabía una enorme responsabilidad.
Debía llevar una buena noticia a todos pese a ser afectado por la situación.
Debía exponer esperanza cuando necesitaba de mucho más que esperanza.
Contaba lo sucedido y lo hacía con la naturalidad de quien revive lo
acontecido.
Pero detrás de su relato había impacto, asombro y estupor.
Nunca debe de haber supuesto encontrarse ante la realidad que se
encontraba actualmente.
Mirase en la dirección que mirase podía ver tareas por realizar.
Allí, pequeñísimo, estaba él para lograr la realización de esas tareas.
Me llamaba la atención su soledad en aquel lugar grande y silencioso.
No había mucho para decir sino mucho para escuchar y ver.
Los vidrios rotos hablaban por él.
Los techos rotos y empapados hablaban por él.
Los cables colgando hablaban por él.
Las puertas desquiciadas hablaban por él.
Los techos levantados hablaban por él.
Quizás todas esas palabras silenciosas pero elocuentes le hacían verse tan
empequeñecido.
En medio de aquel silencioso lugar aquellas palabras silenciosas eran gritos
potentes y ello le tenía, ante mis ojos, empequeñecido.
Un joven llegó hablando solo y riéndose de sus dichos.
Se acercó hasta nosotros, yo me despedí y él quedó conversando con aquel
joven.
Durante el retorno no podía quitarme de la cabeza aquel encuentro.
Sabía de su fortaleza interior pero, también, de lo que había debido vivir.
Sabía de su fe pero, también, de su tener los pies sobre la tierra.
Sabía que él sabía que podía contar conmigo, pero ello, de muy poco le
servía.
Debía cumplir con otra tarea que se me había solicitado.
Debía hacerle saber a una joven que su madre estaba bien.
Conversé con la joven conforme se me había solicitado.
Al concluir la joven me dijo “Mamá se valió de un buen mensajero” y me
regaló un abrazo.
Fue, entonces, que tomé conciencia de que en ningún momento le hice
saber a aquel pequeño ser que le sentía muy cerca y que estaba junto a él.
Eso me hizo sentir muy pequeño también a mí.
Padre Martín Ponce de León SDB