TORNADO
No puedo evitarlo.
No solamente por el hecho de que sean nuestros vecinos.
Dolores queda a unos pocos treinta kilómetros de Mercedes.
También por el hecho de ser un lugar donde en diversas oportunidades compartí
actividades.
Pero, por sobre todo, por ser un lugar donde uno ha conocido gente y establecido
lazos con muchos pobladores de esa localidad.
No puedo evitarlo y experimento la necesidad de escribir sobre un hecho puntual
para una determinada localidad.
Cuando me dirigía a celebrar la eucaristía, el viernes por la tarde, la secretaria de la
parroquia me dijo: “Un tornado en Dolores hizo terribles destrozos”.
Ni bien concluyó la eucaristía intenté comunicarme con el cura del lugar y ello era
imposible ya que no había señal.
Con la incertidumbre de lo sucedido me senté ante el televisor en espera del
informativo.
Cuando comenzaron a pasar imágenes me costaba creer que esas calles eran por
las que, en alguna oportunidad, había transitado.
Las imágenes de la plaza no permitían reconocer la plaza ante la que muchas veces
he estado.
Allí no estaban los jóvenes escuchando música o tomando mate como suelen estar.
Allí no estaban los jóvenes ocupando, en grupos, los distintos bancos en animadas
charlas.
Todos eran árboles caídos y destrozos.
Todo era soledad y silencio.
En los escalones del templo no había jóvenes sentados, como siempre, mirando
hacia la plaza y ocupados en dejar pasar el tiempo.
Los escalones estaban vacíos y el templo cerrado.
Dolores se había vuelto, por las imágenes que se podían ver, en un espacio
arrasado.
Dolores hacía honor a su nombre.
Era el dolor de quienes habían perdido algún ser querido.
Era el dolor de quienes tenían algún ser querido lesionado.
Era el dolor de quienes habían perdido su hogar o su comercio.
Era el dolor de quienes buscaban con desesperación a alguno de sus hijos en algún
local de enseñanza afectado por la calamidad.
Era el dolor de quienes no sabían cómo responder ante semejante desgracia.
Era el dolor de unos que sumado al de todos se hacía Dolores.
Chapas de techos volados, escombros de paredes destruidas, cables arrancados y
colgando, autos volcados, vidrios destrozados.
Ni deseándolo se podría haber hecho tanto daño en tan poco tiempo.
Era inimaginable suponer que esas imágenes que se veían eran de la realidad de
ese lugar que uno muchas veces ha visto.
Allí no había lugar para el bullicio y la alegría de tantísimas veces.
Solamente había lugar para el asombro y la incredulidad.
Solamente había espacio para la calamidad y la destrucción.
Sin duda que habrá de renacer, volverá a llenarse de movimiento, bullicio y alegría.
Mientras tanto…….. Dolores sufre y es imposible no unirse a ella.
Padre Martín Ponce de León SDB