ENTRE LA VIOLENCIA Y EL AMOR
La humanidad suele apelar a la violencia para resolver sus conflictos.
Vive tan pendiente de esta realidad que los países gastan mucho dinero en
armamento.
En oportunidades los conflictos son por fuentes de riqueza y otras veces por
cuestiones de vecindad.
Ahora están sobre el tapete los conflictos producto de posturas fundamentalistas.
“Lo único valioso es lo que hago yo o los que creen lo mismo que yo” parecería ser
el axioma del momento.
Pero, siempre, detrás de todos los conflictos están quienes negocian con la muerte.
Para ellos la vida no vale, los demás no valen, lo de los otros no vale.
Todo se limita a un negocio que debe ser más y más lucrativo.
No importa a quien sino que interesa vender.
Siempre hay un elemento nuevo y con más poder.
Vale la pena promover los conflictos puesto que ellos no hacen otra cosa que
mejorar los negociados.
No importa ni interesa si se venden armas para ambas partes del conflicto.
Lo importante es vender.
También en esto se integran esos conflictos internos que se resuelven con un
“ajuste de cuentas”.
En este contexto es que hemos celebrado esta semana santa.
Una semana donde hemos tenido muy por delante a quien supo apostar al amor
por sobre la violencia.
Hemos celebrado a quien continúa enseñándonos a amar por sobre lo fácil y simple
de la violencia.
Tenía una causa y fue coherente con ella.
La realidad no se transforma desde la imposición por la violencia sino desde la
aceptación producto del amor.
La violencia no convive con la diferencia, el amor produce unidad desde la
diferencia.
La violencia acalla al contrario, el amor lo respeta.
La violencia desprecia la vida, el amor la promueve.
La violencia motiva divisiones, el amor crea unidad.
Sin duda que, con una mentalidad equivocada, durante un determinado tiempo de
la historia, el cristianismo buscó imponerse, también, por la violencia.
En nombre de Jesucristo se cometieron atrocidades que hoy resulta una mancha
imposible de ignorar.
Es bueno poder tener esa realidad presente para no volver a cometer similar error.
Lejos, muy lejos, está esa postura de lo que hemos celebrado en semana santa.
Allí nos encontramos con la postura coherente de quien supo apostar al amor como
realidad transformadora de la sociedad.
Amó sin guardarse nada.
Amó hasta las últimas consecuencias.
Amó perdonando hasta el final.
Celebrar a Jesús en este tiempo puede resultar un anacronismo para muchas
mentalidades actuales.
Para los cristianos continúa siendo un desafío lleno de compromiso.
Transformar desde el amor.
Para que ello sea realidad debemos estar apasionados con el amor.
Debemos no tener miedo de convivir con las diferencias.
Debemos fomentar la unidad desde la diversidad.
Entre el camino fácil y rápido y el otro complejo y lento no debemos dudar en
apostar por el segundo aunque se nos gaste la vida en ello.
Padre Martín Ponce de León SDB