Lectura Espiritual
Rebeca Reynaud
El tiempo dedicado a Dios es tiempo bendito. Muchas personas acostumbran
hacer 15 minutos diarios de lectura espiritual porque eso alimenta su alma y
enriquece su vida interior. Todos tenemos libros de tema espiritual que nos han
marcado. A mí me han gustado especialmente la vida de Tomás Moro, de un autor
norteamericano, y las Memorias de la Hermana Lucía . Muchas personas se han
convertido al leer la vida de los santos. Edith Stein vio un panorama nuevo a leer la
vida de Santa Teresa de Jesús; otras personas se han conmovido al leer Historia
de un alma de Santa Teresita de Lisieux.
San Jer￳nimo advierte: “Cuando oramos, le hablamos (a Dios), cuando leemos, le
oímos”.
San Bernardo dice: “La lectura espiritual nos prepara para la oraci￳n y para la
práctica de las virtudes. La lectura y la oración son las armas con que se vence al
demonio y se conquista el cielo”.
San Atanasio escribe: “No es posible encontrar quien, dedicándose al servicio del
Se￱or, no sea gran amante de la lectura espiritual”.
Los buenos libros causan gran provecho y los malos libros causan daño y la ruina
de muchos jóvenes o adultos.
Hay una lista enorme de libros que podemos leer, entre los que destacan las obras
de los Padres de la Iglesia, pero antes que nada debemos de leer la Biblia,
empezando por el Nuevo Testamento.
En su libro Dios y el mundo , Benedicto XVI dice que la primera palabra de la regla
de San Benito es “escucha”: “Escucha, hijo mío, la indicaci￳n del maestro”. Y
Benito a￱ade: “Aguza el oído de tu coraz￳n”. Es una invitaci￳n a escuchar.
Escuchar significa no sólo abrir los oídos a lo que ocurre, sino también escuchar tu
intimidad o las palabras de lo alto, porque lo que nos dice el Maestro es, en el
fondo, la aplicación de la Escritura (cfr. p. 372).
La Exhortación Ap. Verbum Domini , de Benedicto XVI nos invita a conocer la
Palabra de Dios. Dice que la fe cristiana no es una “religi￳n de libro”, el
cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, pero no de una palabra escrita y
muda, sino del Verbo encarnado y vivo. Además, la Palabra de Dios es el
fundamento de toda la realidad. “Por medio de la palabra se hizo todo, y sin ella no
se hizo nada de lo que se ha hecho” (Juan 1,3). Por la fe sabemos que la Palabra
de Dios configuró el universo. Este es un gran anuncio liberador. Todo lo que
existe no es fruto del azar irracional sino que ha sido querido por Dios, está en sus
planes.
De modo principal la Sagrada Escritura, y secundariamente otros libros
espirituales, son alimento de la oración, y fomentan el gusto por las cosas de Dios.
Con el tiempo, las lecturas que realizamos configuran nuestra interioridad.
Además, “el instruido en las Escrituras se hace fuerte para arrostrar todas las
adversidades”, dice Santo Tomás ( Catena Aureo, vol. 1, p. 52).
En el Libro de las Sentencias, Isidoro de Sevilla dice: “La oraci￳n nos purifica, la
lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas
buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer”. “Cuando rezamos,
hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla
a nosotros. Todo progreso (en la vida espiritual) procede de la lectura y de la
meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación
conservamos en la memoria lo que hemos aprendido” (3,8-9).
Benedicto XVI dijo: “Si llevamos en la mente y en el coraz￳n la Palabra de Dios, si
entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo
de enga￱os del Tentador [1] .
A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una Palabra,
su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud (CEC 102).
Escribe San Agustín: Recuerden que es una misma Palabra de Dios la que se
extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca
de todos los escritores sagrados (San Agustín, Enarratio in Psalum 103, 4,1; PL
37, 1378).
Dice San Juan Cris￳stomo: “Ni las grandezas de la gloria humana, ni la majestad
del poder, ni la presencia y favor de los amigos, ni otra cosa alguna de las
humanas, puede consolar al alma que se encuentra consumida por la tristeza,
como la Sagrada Escritura” (…) “La lecci￳n de las Sagradas Escrituras es una
conversación con Dios, y cuando al que está consumido por la tristeza es Dios
quien le habla, quien lo consuela ¿qué habrá entre las cosas creadas que pueda
entristecerlo?...”. ( Homilías I, Ed. Tradición, México 1976. N XIII).
En julio del 2004, Juan Pablo II decía a unas personas en Castelgandolfo: “Cristo
está siempre en medio de nosotros y desea hablar a nuestro coraz￳n”, y es posible
escucharle “meditando con fe la Sagrada Escritura, recogiéndonos en la oración o
deteniéndonos en silencio ante el Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su
amor”. Luego explicaba que “escuchar la Palabra de Dios” es la actividad “ más
importante de nuestra vida ”.
¿Y hay algún motivo que nos haga sordos a la voz de Dios?... El mayor
obstáculo para escuchar la palabra de Dios, dice Raniero Cantalamessa , es la
tentaci￳n de convertirnos en jueces de los demás. “Además de los obstáculos
exteriores impuestos por la vida moderna, se da un ruido más peligroso: el que
dentro del corazón obstaculiza la escucha de la Palabra de Dios: el juzgar a los
demás (...) Este ruido silencioso del corazón habría que acallarlo en ocasiones casi
con violencia”.
Veamos el cambio que puede producir la lectura del Evangelio: Vittorio
Messori cuenta: “¿Cuándo decidí aceptar la Iglesia? Cuando, al reflexionar sobre
el Evangelio , me di cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso
necesitar a los hombres, que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su
mensaje y los signos de su gracia -los sacramentos- a una comunidad humana. Es
decir, si uno reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma
parte del proyecto de Dios”.
[1] Benedicto XVI, Ángelus, L’Osservatore Romano, Año XLII, n. 9, 27 feb-5 marzo, 2010, p. 3.