Comer por comer
P. Adolfo Güémez, L.C.
Vivimos en una sociedad que valora mucho el buen comer. No sólo para sobrevivir, lo cual
es normal, sino como un estilo de vida, como un lujo, como un regodeo.
Dios, que es infinitamente sabio, dotó a la comida de un placer especial, de tal manera que
no sólo comamos por instinto de supervivencia, sino que también lo hagamos para disfrutar,
para convivir con la familia, con los amigos. ¡Y eso es muy bueno!
Sin embargo, como en todo, también en esto se pueden dar excesos. De ahí nace la gula, que
parte de la pregunta de si es necesario comer o beber lo que estoy comiendo, o si no lo es.
Dios nos ha dado placer en la comida y bebida. A todos nos encanta comer algo rico. A todos
nos gusta la sensación de sentirnos satisfechos.
Pero más allá de eso, la gula se refiere a comer por comer. A hacerlo sólo por provocar un
placer, y no por la necesidad que hay detrás.
Tal vez nos podríamos sentir alejados de esta realidad, pero hay que recordar que la gula
tiene dos vertientes:
a. Del vientre: centrada en la cantidad de comida que se ingiere. Se trata de las personas que
comen siempre demasiado, mucho más allá de lo que necesitan.
b. Del paladar: centrada en los placeres exquisitos de los alimentos. Más propia de gente a la
que no le ha faltado nada en la vida. De cierto nivel social. Y que hace de la comida un placer
cada vez más refinado.
¿Por qué es mala la gula? Porque nos lleva a poner los alimentos al centro de nuestras vidas,
quitándonos cosas más importantes.
Esto nos hace dar demasiada importancia a las cosas materiales. Llegando incluso a no poder
concentrarnos en Dios. En su lugar, hacemos al vientre un dios (cf. Fil 3, 19).
Por eso San Juan Crisóstomo dijo: “Efectivamente, igual que un barco sobrecargado zozobra
enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su
estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.”
Así entendida, la gula es una enfermedad espiritual, una pasión (en el sentido negativo de la
palabra). Lo bueno es que para esta enfermedad también podemos encontrar una cura.
El remedio consiste en fomentar la virtud de la templanza. Es algo sencillo de entender, pero
difícil de aplicar: consiste en no comer ni de más ni de menos.
En concreto, es comer y beber lo justo y necesario para nuestro sustento, sin ir más allá, ni
buscar refinamientos excesivos siempre.
Comer rico no está mal, pero la persona que siempre quiere probar cosas exquisitas, está
claro que padece de gula, y ésta no le va a llevar por buen camino.
Dios hizo el mundo bueno, y lo hizo para el hombre. Pero el hombre es capaz de exagerar y
convertir lo bueno en malo, de ahí que sea tan importante estar siempre atentos a cómo
vivimos y cómo hacemos uso de todo lo que tenemos.
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