DETENER EL TIEMPO
Siempre me resulta una experiencia difícil.
Me requiere una prolongada preparación interior.
Una preparación interior que se ve interrumpida por la aparición de los inevitables
imprevisibles de última hora.
Sé que ninguno de ellos es suficientemente necesitado de mi presencia como para
hacerme modificar los planes.
Sé que necesito de este tiempo donde se debe detener el tiempo.
Detener el tiempo para estar conmigo.
Detener el tiempo para repasar situaciones vividas.
Detener el tiempo para releer nombres y sus realidades en mi vida.
Detener el tiempo para encontrarme a solas con Jesús y poder conversar
largamente.
Detener el tiempo para reencontrarme con el sentido de mi sacerdocio y, por lo
tanto, de mi vida.
Poder sacar las llaves del llavero que cuelga en mi cintura y dejarlas sobre una
mesa puesto no habré de utilizarlas.
Poder saber que no habré de utilizar el coche para dar vueltas como lo hago casi a
diario.
Poder saber que no deberé salir a buscar algo o a alguien.
Es evidente que no me habré de encerrar en una burbuja donde lo cotidiano no
esté.
Es un tiempo para detener el tiempo y poder observar lo cotidiano desde una
perspectiva privilegiada.
Es poder mirar lo cotidiano sin la prisa del deber hacer.
Es poder mirar lo cotidiano desprovisto del sonido de las voces o las prisas de los
horarios.
Es un tiempo donde la gratitud se hace voz reiterada.
Son muchos los rostros por los que es necesaria una prolongada gratitud.
Donde la toma de conciencia se vuelve empeño de corrección.
Para detener el tiempo se hace necesario salir de lo propio y dejarse encontrar por
un tiempo de silencio y reflexión que es, siempre, un tiempo de oración.
Todo se presta para que ello sea realidad.
El lugar y la cómoda comodidad de su silencio.
El horario prolongado de espacios para uno mismo.
El día con una persistente brisa que mitigó la fuerza del sol.
No puedo decir que lo cotidiano se ha quedado en la lejanía puesto que ello forma
parte de mi ser y está presente.
Este tiempo no es para ser trasladado ya que el mismo está colmado de situaciones
ajenas a la realidad.
Este es un tiempo para ese mañana que está a la espera y que, inexorablemente,
habrá de llegar.
Este es un tiempo para tomar conciencia y asumir cambios posibles.
Este es un tiempo para ese, casi siempre, postergado encuentro con uno mismo.
Mientras redacto este artículo una sorpresiva lluvia se hace presente invitando a
estar un poco más con uno mismo ya que nada se presta para la distracción propia
de un recién estar comenzando a detener el tiempo.
Como que nada se presta a una distracción o a una recorrida por un espacio que
me es muy caro.
Llueve y no puedo dejar de pensar en algunos rostros que comenzarán a vivir la
incómoda realidad de una noche a la intemperie.
Pero no puedo dejarme invadir por esos pensamientos ya que mi distancia con esa
realidad me impide cualquier acción y ello no haría otra que mover un tiempo que
debe ser detenido.
Todo puede resultar más tentador que el detener el tiempo para encontrarme
conmigo puesto que ello implica, necesariamente, asumir compromisos plenos de
mañana.
Por más que detenga el tiempo jamás podré evitar la presencia de un mañana que
me mostrará la medida de mi aprovechamiento de esta oportunidad.
Quiero detener el tiempo pero no tanto como en la plaza del lugar donde me
encuentro que aún luce las luces navideñas en uno de sus árboles.
Padre Martín Ponce de León SDB