Cuando se llega a un muro
P. Fernando Pascual
27-2-2016
La idea parecía buena. La empezamos a poner en marcha. Resolvemos las primeras dificultades. De
repente, llegamos a un muro insuperable. No podemos seguir adelante.
Los muros que podemos encontrar son tantos, a veces totalmente inesperados. No queda dinero en el
banco. No responde el amigo que tenía en sus manos la respuesta decisiva. Fallece el médico en quien
pusimos tantas esperanzas...
Un proyecto, un camino, un esfuerzo, han culminado en un punto que no permite vislumbrar
perspectivas para seguir adelante. El corazón susurra que ahora toca resignarse ante lo inevitable.
En esos momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento invade los
corazones. Un extraño sentimiento de fracaso domina el panorama.
Sin embargo, ese muro no es la última palabra. Ni en la propia vida, ni en la vida de los otros. A un
lado, a otro, o tal vez hacia atrás, quedan abiertos otros caminos. Es el momento para los reajustes.
Entonces descubrimos que un muro es, simplemente, un “no” a algo y un “sí” a otra cosa que hasta
ahora quizá parecía insignificante pero que encierra riquezas sorprendentes.
Lo habremos escuchado más de una vez: cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Una
ventana terrena, con sus nuevos riesgos y sus promesas. Y una ventana eterna: más allá de esta vida
existe un horizonte maravilloso donde nos espera un Padre bueno.
La vida sigue adelante. En ella, ¿qué me piden los familiares, los amigos, los conocidos? Sobre todo,
¿qué me pide Dios, qué me está diciendo ante este muro?
Con el alma abierta y disponible, debo dar una respuesta. Será buena si permito al Señor dirigir mi
vida, si confío en su Palabra, si aprendo a leer toda mi historia desde la clave única que da sentido a
todo: Dios me ama siempre, su misericordia es eterna...