Globalización y enseñanza
P. Fernando Pascual
En el mundo “globalizado” la Universidad, la educación, sufre nuevos cambios. Cada vez cobra
más importancia la victoria, los resultados concretos. Importa el que los alumnos salgan y
encuentren inmediatamente un puesto de trabajo. Importa el que cada facultad pueda tener más
alumnado. Importa el dar una imagen de institución eficaz, con las mejores tecnologías y los
profesores de más renombre.
La Universidad, desde luego, necesita todo eso, y mucho más. Necesita no olvidar su origen
“global”: nació hace siglos para ofrecer a muchos el acceso a los saberes que sirven para llegar a
una visión general de la ciencia. Necesita valorar a la persona no por sus posibilidades en el
mercado, sino como un ser que tiene un sentido y un valor mucho más allá de las cotizaciones de
bolsa. Necesita abrir sus aulas para escuchar a voces viejas y nuevas que no dejen de repetirnos lo
que aquel esclavo susurraba al oído del emperador romano: “Recuerda que eres solamente hombre”.
Necesita dejar espacio a las críticas del viejo Sócrates para que vuelva a reprocharnos, como a los
jóvenes ambiciosos de su tiempo, que es una enorme temeridad llegar a ocupar altos cargos de
gobierno, de empresa, de trabajo, si uno no es capaz de gobernarse a sí mismo. Necesita volver a
abrir el Evangelio y escuchar, de un humilde judío de Palestina, que no sirve para nada ganar el
mundo entero si uno pierde su alma...
La Universidad necesita, en pocas palabras, volver a lo fundamental. El hombre continúa siendo un
misterio que va más allá de las subidas o de las bajadas del mercado, de los cambios frenéticos de
internet o de los descubrimientos de la tecnología genética. El saber cómo lograr acelerar las
partículas subatómicas, cómo llegar a mejorar las imágenes que nos mandan los satélites o cómo
aumentar la producción de maíz con nuevos experimentos químicos no nos ayuda a resolver los
enigmas más importantes de la vida de cada hombre: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
¿Cómo puedo llegar a ser feliz?
Ciertamente, sin los avances tecnológicos habría muchos que ni siquiera hubiesen nacido. Pero una
vez que nuestros pies diminutos empezaron a deslizarse por el suelo limpio o terroso de nuestro
hogar, nuestro crecimiento fue suscitando cada vez más preguntas, y muchas de ellas requerían
respuestas definitivas, claras, profundas y sinceras.
La Universidad, desde luego, no puede dar todas las respuestas. Pero no puede tampoco dejar de
lado el corazón inquieto de ese ser que no puede no preguntar. Junto a la alta competencia técnica
será necesario abrir espacios a la reflexión filosófica, moral, religiosa. Junto a la cantidad y calidad
de alumnado, habrá que aprender a dejar puertas abiertas también a quien no puede llegar tan lejos,
pero quiere una oportunidad de ser probado. Junto a la excelencia del profesorado, habrá que
recordar que no sólo el que más sabe enseña lo más importante, pues a veces una anciana con
arrugas y con fe puede ser una verdadera “catedrática” a la hora de trazar respuestas a las preguntas
más radicales.
La globalización no puede, por lo tanto, despersonalizar nuestra vida académica. El auténtico
humanismo, el que debe ser corazón de todas las Universidades del mundo, tiene que pasar siempre
por la centralidad del hombre. De ese ser que, como decía Pascal, es sólo una caña, frágil, débil,
capaz de romperse ante la fuerza de un huracán o de un pequeño virus infectivo. Pero una caña que
piensa, que sabe que sabe, que ama y que sufre consciente de su sufrimiento. Una caña que necesita
aprender mucho para luego poder dar mucho, pero que necesita, sobre todo, abrirse a la verdad de
Dios para comprenderse plenamente a sí misma y a los demás. Ese el reto de la Universidad de
siempre. También en el mundo del internet, la globalización y el mercado mundial...