Huracanes
P. Fernando Pascual
20-2-2016
Los sucesos se aceleran. El mundo gira sin control. La sociedad cambia rápidamente. Hay huracanes
que sacuden los principios y modifican los comportamientos.
La llegada de huracanes provoca miedo y confunde. Habituados a cambios lentos y a estabilidades
tranquilas, el huracán transtorna todo en pocos instantes.
El corazón, sin embargo, sabe que hay verdades intocables. El alma mira al cielo y reconoce la belleza
de la fe recibida. Existe Dios y su Amor es eterno.
Por eso, en medio de huracanes que aturden, el católico conserva una serenidad envidiable. “Esto
también pasará”, susurra internamente. Reza y espera.
Por desgracia, hay quienes quedan confundidos ante huracanes dañinos, o abandonan certezas
recibidas como don para entregarse al cambio por el cambio.
Pero el verdadero creyente sabe que las palabras de Cristo nunca pasarán (cf. Mc 13,31). Las modas
quedan atrás. Las “novedades” envejecen rápidamente. La fe verdadera permanece inalterable.
En medio de los huracanes de la vida sobrevive todo aquel que ha construido su casa sobre Roca. Esa
Roca, lo sabemos, es Cristo (cf. Mt 7,24; 1Co 10,4).
La mirada va más allá de las tormentas, los vientos, las novedades locas, los triunfos de ideologías
pasajeras, los pecados ensordecedores.
Hemos asegurado el “ancla de nuestra alma” en el cielo (cf. Hb 6,19). Allá nos espera un Padre bueno
que es fiel a su Amor, que ofrece continuamente su misericordia.