ME DA VERGÜENZA
Poco a poco se ha ido integrando.
Tal hecho no ha sido sencillo para él.
En diversas oportunidades hemos conversado y siempre se refugia en un
“Me da vergüenza”
Hoy, al llegar, me salió a saludar diciéndome: “Viste que estoy viniendo
más seguido”
Hoy no estaba con pasos inseguros ni con la mente distante de la realidad.
La gran mayoría de sus días los vive dentro de una bruma de alcohol.
Cuando el alcohol almacenado en su cuerpo le impide andar no duda en
tirarse en el suelo y dormir.
No importa si el sol le da de lleno ni si son los tres de la tarde.
Se tira al suelo, duerme y transpira sin que nada le importe.
En una oportunidad le vi acostado al sol, me llegué hasta él y le ofrecí
arrimarlo a algún lugar.
“No, muchas gracias. Estoy meditando sobre mi vida”
Lo dejé acomodándose para volver a acostarse en la vereda donde había un
poco de sombra.
“Hay gente que me desprecia” (En una oportunidad se acercó a una pareja
que descendía de un auto y se escuchó decir: “Dale una moneda así se va
este mugriento”)
“Soy una porquería”
“No sirvo para nada”
Hoy le miraba haciendo cuentos e intentando cantar y olvidando la letra de
todas las canciones que pretendió esbozar.
Se quedaba mudo intentando encontrar una letra que no llegaba hasta él y
tal cosa le hacía reírse de él mismo.
Le ayudaban a continuar la canción pero su mente ya se había cerrado a
esa letra e intentaba con alguna otra.
Sin proponérselo se había transformado en centro de atención y tal cosa le
hacía disfrutar el momento.
Se le veía contento.
Se le veía integrado.
Se sabía aceptado.
No faltaron esos momentos donde actuó como siempre. Rechaza el postre
que, luego, termina devorando después de nuestras insistencias.
Hoy se encontraba tan bien que en ningún momento dijo: “Decime algo así
me mato”
En un determinado momento se me acercó y me preguntó: “¿Por qué son
buenos conmigo que soy una porquería?”
“Entre todos nos ayudamos a ser mejores porque ninguno es una
porquería” le respondí.
Le miraba y me decía que eso debe de haber sido lo experimentado por
Jesús en tantísimas oportunidades.
Para Él las comidas compartidas deben de haber sido púlpito, confesionario
y altar.
Deben de haber sido ese lugar preferencial para el encuentro y la liberación.
Deben de haber sido ese lugar donde todos se sabían iguales y aceptados
por Dios.
A la gran mayoría de ellos el sistema imperante les había marginado. Él,
compartiendo la mesa con ellos, les hacía saberse liberados e integrados
porque aceptados.
Jamás alzó su voz para reprochar algo de aquellas gentes.
Jamás alzó su dedo para señalar acusadoramente alguna de aquellas
conductas.
Vivían la vergüenza de ser marginados por el sistema imperante y Jesús,
con su cercanía, les hacía saberse aceptados en su condición de personas.
Sin duda que hoy debe de haber gozado viendo como aquel ser dejaba su
vergüenza para ser centro y disfrutar de ello.
Padre Martín Ponce de León