Las Almas retardadas
Rebeca Reynaud
Juan Pablo II dijo en una encíclica y una carta sobre el Rosario que vendría la
primavera de la Iglesia, pero antes padecería una gran purificación. La tribulación
está a la vuelta de la esquina, y todo terminará en “nuevos cielos y nueva tierra” o
el milenio de paz; pero luego de un periodo de paz y fervor, la humanidad volverá a
decaer, y entonces el mal será la tibieza de las almas, como dice el experto Antonio
Yagüe.
Las almas retardadas son aquellas que no crecieron o dejaron de crecer por
rebeldía, flojera para las cosas de Dios, egoísmo, por negligencia, por no cultivar el
amor a Dios. El fondo están el orgullo y la pereza,... el miedo al sacrificio. Es un
fracaso que se gesta poco a poco, es casi imperceptible. Si no hay un progreso
continuo se corre el riesgo de volverse deforme.
Se toma la decisión de ser para Dios pero luego no se cumple con ella y se hace un
poco duro el corazón. Esa persona está convencida que hace lo que debe. No quiere
convertirse. No oye razones. Dice: “No me vengan a pedir, a exigir, no quiero ser
corregido”. Se menosprecia la hora de la visita del Se￱or.
Dios nos ha elegido para transformar la historia. Pero cuando no vivimos lo
ordinario con heroísmo viene el desencanto. Benedicto XVI dice que el cáncer más
virulento es la apatía del corazón, corazón que no busca la rectitud.
El beato Álvaro del Portillo decía en una de sus Cartas: La insidia más peligrosa, la
enfermedad más dañina es el aburguesamiento interior, la tibieza, que se
manifiesta en la disminución de la lucha por cumplir las exigencias de la llamada
divina. Es la más insidiosa porque puede no advertirse en sus principios. El joven
rico reunía las condiciones para recibir la llamada de Dios pero cuando Jesús lo
invitó a seguirlo, a dejarlo todo por el amor, descubre que no está dispuesto a
abandonar sus cosas, su riqueza, su comodidad, sus manías, sus proyectos más o
menos mezquinos.
Un muchacho le preguntó a don Álvaro del Portillo:
-Padre, voy a dar una conferencia en el retiro, ¿qué me recomienda que diga?
-Diles que en esta vida sólo hay dos caminos: Uno que conduce imperceptiblemente
hacia arriba y otro que conduce imperceptiblemente hacia abajo.
Por dos motivos podemos retrasar el avance espiritual:
1º Por negligencia en las cosas pequeñas, que lleva a la negligencia en las cosas
grandes.
2º La huida de los sacrificios conduce a la inmadurez espiritual; produce un
“retardo”.
Gran parte de los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están íntimamente
relacionados con el corazón del hombre.Para mantener limpio el corazón es
necesaria la virtud de la castidad. Se ha dicho que es la puerta de entrada... y
también de salida de toda vida interior. La pureza no es la principal cualidad
cristiana, pero es, sin embargo, indispensable para perseverar en el esfuerzo diario
de la santificación. Esta virtud exige una especial ayuda de la humildad.
El alma retardada ha ido desalojando poco a poco a Dios de su corazón, de allí que
frecuentemente necesite huir de sí mismo. Padece una pereza que consiste en
hacer cosas que van en beneficio de intereses humanos, pero no en el de su vida
espiritual.
La tibieza es una grave enfermedad del amor que puede darse en cualquier edad.
La tibieza es una parálisis espiritual, una enfermedad del alma. Esa debilidad de las
fuerzas del alma es consecuencia de la falta de ilusión porque no se tiene en cuenta
el amor que Dios nos profesa, y por tanto, no se encuentra aliciente para
comportarse como a Dios le gusta. Es una cierta tristeza por la que el hombre se
vuelve tardo para realizar actos espirituales, a causa del esfuerzo que llevan
consigo.
La tibieza nace de la dejadez prolongada en la vida interior; nace de sucesivas
transigencias, cediendo fácilmente ante los pecados veniales. Y todo ello porque no
se tiene a Dios suficientemente presente y se le da poca participación en la vida,
quizás pensando en Él sólo en esas cuantas ocasiones destacadas; pero no en las
peripecias y las coyunturas que entretejen los días corrientes.
El error más grande de los seres humanos sería basar su vida sobre la falsa
seguridad del bienestar material, sobre el prestigio humano; sobre el dinero u otra
cosa de poca consistencia. Poner a Cristo en primer plano está en el origen de la
vocación cristiana y de la alegría. Es causa de infelicidad todo lo que nos separa de
Jesucristo.
Dice Peman: “ La prudencia, si no se hace celestial, se vuelve tibieza” . La tibieza
hace difíciles las cosas fáciles . La tibieza todo lo encuentra extremadamente
dificultoso. Con tibieza, se piensa más en lo difícil de lo bueno y en el placer de lo
malo. Se pierde el deseo de un acercamiento profundo a Dios, incluso se rehuye en
lo posible, el trato con Dios.
El coraz￳n no puede estar “en vacío”, o se le da un gran amor o se llena de
compensaciones. San Gregorio lo ilustra diciendo que: “el alma negligente padecerá
hambre; porque cuando no aspira con ardor a lo más alto, se derrama
perezosamente en los bajos deseos; y por lo mismo que se dispensa de someterse
a disciplina, se siente atraída por deseos de placeres”.
En palabras del Papa Benedicto, el camino sería: yo, pero no más yo, ésta es la
fórmula de la existencia cristiana fundada en el Bautismo, la fórmula de la
resurrección en el tiempo. Yo, pero no más yo: si vivimos de este modo,
transformaremos al mundo ” ( Homilía en la Vigilia Pascual , 15-IV-2006).
El Se￱or nos dice: “Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío
o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi
boca” (Apocalipsis 3,15-16). Y añade que no hay que dejar el fervor de tu primera
caridad”.
Es preciso destacar que todas las enfermedades tienen remedio en la vida
espiritual . El tratamiento de la tibieza viene por la línea de la oración y por la línea
de la sinceridad.
Jesús le dijo a una mística francesa : No te desanimes. Hay muchas maneras de
avanzar, incluso por medio de caídas. Clama a mí, y no temas gritar si en algo
caes; pero que ese grito vaya derecho a tu Único amigo. Cree en mi fuerza.
La devoción a la Virgen es, tal vez, lo que más ayuda. San Josemaría Escrivá
escribe: “El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las
brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza” ( Camino , n. 492).