La parálisis de la tibieza
P. Fernando Pascual
23-1-2016
Un rato más en la cama. Una imagen que aparta del trabajo emprendido. Una lectura que absorbe. Salir
al cine o ir de compras. Llenar el tiempo con las redes sociales. Tibieza que envuelve suavemente.
La tibieza paraliza. Sobre todo, cuando llega con diversiones “inocentes”, cuando nos atrapa con
intereses que no tienen “nada de malo”.
El problema está en hacer tantas actividades que no “manchan”, pero que impiden hacer tantas otras
actividades que promueven la justicia, que llevan a crecer en la vida cristiana y en el amor a los
cercanos y a los lejanos.
El mundo vive ahogado por parálisis de tibiezas que avanzan con apariencias inocentes y con venenos
que narcotizan. Porque el problema, como alguien afirmaba, no está en la fuerza de los malos, sino en
la tibieza de “los buenos”.
Frente al peligro de la tibieza, hace falta reaccionar. Si mi tiempo ha quedado atrapado por mil
frivolidades que me apartan del amor y me impiden salir hacia los demás, urge romper el cerco.
¿Cómo? Desde una mirada a Cristo y un “no” al primer impulso que me encierra en mis gustos y
caprichos. Con una oración y un “sí” para llamar al familiar enfermo, para pedir perdón a quien
ofendimos, para limpiar la habitación, para devolver aquel libro prestado.
Son cosas pequeñas, pero que sirven para sacudir una tibieza que anestesia. Entonces descubriré que el
tiempo está ahora en mis manos, que puedo usarlo para el bien verdadero, que mi corazón late por
ideales altos y buenos.
Quizá no tendré minutos para responder a cien mensajes electrónicos intranscendentes o para ver las
últimas fotos de los amigos, pero sí los tendré para amar a Dios, mi Padre, y para ayudar y servir a
familiares, amigos y pobres necesitados de cariño y de gestos solidarios.