Heridas emocionales
P. Adolfo Güémez, L.C.
«La vida del hombre sobre la tierra es un combate.»
¡Qué cierta es esta afirmación de la Sagrada Escritura (cf. Job 7, 1)! La vida es una guerra,
una lucha a muerte. Y como en toda batalla, también aquí se reciben heridas.
¿Quién de nosotros no tiene algo en su pasado que le molesta, que no le deja vivir en
plenitud, que de haber podido evitarlo lo hubiera hecho?
Si bien es cierto que durante la infancia somos más vulnerables, esto no quita que en la
adolescencia, juventud, madurez y ancianidad también podamos ser lastimados.
El problema no es recibir una herida, sino el dejarla abierta. Es entonces cuando llegan las
infecciones, los dolores y las complicaciones.
Tal vez a ti te ocurre que tienes algo en tu pasado que no has logrado superar. Un evento
traumático, un desengaño, un duelo inconcluso, un desamor… La lista podría ser infinita.
Lo repito: el problema no es el haberlo vivido, sino el no lograr superarlo.
Atención: superarlo no significa borrarlo, más bien, es lograr ubicarlo en donde va, para
que deje de ocupar toda nuestra atención.
Lo primero que hay que hacer para cerrar una llaga es querer sanarla de verdad. La mayor
parte de las heridas emocionales que recibimos siguen abiertas porque constantemente nos
quitamos la costra.
¿Cómo? Volviendo sin ton ni son a revivir el evento, a pensar una y mil veces lo que pasó,
cómo lo podríamos haber evitado o cómo serían nuestras vidas si nada de esto nos hubiera
sucedido.
Pero lo hecho, hecho está. Y ahora nos toca sanearlo del todo. ¿Quiero hacerlo?
Muy importante también: permítete llorar. No sólo porque sí, sino porque llorar es una
reacción de nuestro ser para desahogar el dolor.
Vivimos en una cultura donde, sobre todo a los hombres, no se nos permite llorar. Y esto
no está bien; siempre y cuando, claro, el motivo del llanto sea justificado, y no se deba a
una baratija.
Levanta la cabeza y ve para adelante. Tu mundo es mucho más que tu dolor, aunque tu
dolor forme parte de tu mundo. Es cierto que el pasado configura tu presente, pero el futuro
puede cambiar si cambias tu presente.
Las crisis son parte fundamental de la existencia. Sin ellas no habría tanto crecimiento,
tantas enseñanzas. Una tela, en el fondo, está hecha de muchos nudos puestos e intercalados
sabiamente.
Tu vida puede llegar a ser un precioso tejido, siempre y cuando aprendas a colocar esos
nudos donde deben ir.
Las dificultades nos ayudan a madurar. Sus golpes son muy fuertes, pero de ti depende que
te arranquen algo esencial, o aquello no te está impidiendo crecer.
Por favor, no te amargues buscando culpables innecesarios. Sé que lo que voy a decir es
muy difícil, pero intenta perdonar. Hay gente que no se lo merece. ¡No importa! Recuerda
que el odio y el rencor a la primera persona que dañan es a quien lo experimenta. Por eso,
¡el perdón es, en primer lugar, un regalo para ti, no para el ofensor!
Jesús mismo perdonó en la cruz a sus verdugos. Con ello nos enseña que para resucitar,
antes hay que perdonar.
No serás capaz de hacerlo tú solo. Por eso el mismo Dios hecho hombre nos dio el ejemplo,
con el fin de que nos apoyáramos en Él para lograrlo. Sólo desde Dios se pueden superar y
sanar las heridas.
Por último, no te extrañes que toda herida profunda deje cicatrices; ellas te servirán como
un recuerdo de que venciste, tomado de la mano de Dios. Porque ninguna herida es más
fuerte que Él.
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