ASENTAMIENTO HUMANO
La figura no me pertenece sino que la tomo de un escrito realizado por uno
de quienes nos acompañan en nuestras mesas compartidas.
Conceptos, lenguaje, figuras, planteaban la realidad de un “asentamiento
humano”.
Todo su escrito me resultó un sobrado motivo de asombro.
Pero me quedé con esa frase que da motivo a este artículo.
En lo personal debo confesar lo gratificante que me resulta el poder
compartir la mesa con un grupo tan heterogéneo de personas.
Poco a poco nos hemos ido conociendo desde lo que cada uno ha permitido
fuese posible.
No hay apuro por intentar saber del otro.
Conforme sus ganas o su necesidad cada uno va mostrando partes de un
interior donde los golpes de la vida son diversos.
Poco a poco, desde los pequeños detalles del relacionamiento es posible ir
sacando lecciones de vida que se brindan sin palabras.
Cada uno posee trozos de vida que prefieren ocultar, en algunos casos.
Cada no posee trozos de vida que comparten como forma de demostración
de confianza o de solicitud de ayuda.
Algunos son poseedores de muchísimas palabras, otros guardan un
hermético silencio y están quienes no dudan de llamar a las cosas por su
nombre.
Están quienes conviven con la vida en una constante defensa y están
aquellos que han aprendido a convivir con sus dificultades y su vida.
En ese asentamiento humano es imposible pretender lo reiterado o lo
común.
Siempre alguno llega con algo pronto para despertar la sorpresa.
Los temas de la mesa pueden ser reiterados pero ellos nunca dejan de
despertar sonrisas.
Parecería que aquel grupo de seres siempre están dispuestos a sonreír.
Pese a que la mayoría de ellos posee variados motivos para saberse
duramente golpeados por la vida no han perdido la capacidad de sonreír y
ello les hace especiales.
Cuando el ser humano conserva su capacidad de sonreír manifiesta su
capacidad de poseer futuro digno.
Uno, entre ellos, aprende a valorar lo pequeño de cada día y a disfrutar las
pequeñas cosas de la vida.
El valor de una ducha, la autenticidad de un saludo, lo importante de la
demostración de interés por las cosas del otro o el simple ser útil brindando
una mano.
No me creo ni mejor que otros, ni más privilegiado que otros, pero soy un
constante agradecido a Dios por permitirme disfrutar de esta experiencia.
Soy un convencido de que ella es una de las mejores clases de teología a
las que podía acercarme.
Soy un convencido de que allí he aprendido mucho de Jesús sin que sea Él
uno de los temas recurrentes pero es la presencia más frecuente.
Entiendo que, tal vez, alguno no podría sentirse a gusto compartiendo esa
mesa.
No han de faltar quienes entiendan que es una pérdida de tiempo.
No han de faltar quienes consideren que es un esfuerzo inútil.
Están quienes sostienen que lejos de ayudar estamos mal acostumbrando.
Estarán quienes piensen que es un asistencialismo carente de promoción
humana.
Yo solamente pienso que nadie que no haya vivido una experiencia similar
podrá entender lo disfrutable que puede resultar el hecho de poder ser
parte de un asentamiento humano donde, siempre, hay lugar para el
respeto y la sonrisa.
Padre Martín Ponce de León