Los razonamientos de un creyente
P. Fernando Pascual
16-1-2016
En un debate público, ¿debe un católico usar solo razonamientos, o puede hablar también desde la fe?
La pregunta puede parecer extraña, pero hace falta afrontarla si reconocemos un hecho ineliminable:
nadie piensa con la pura razón.
Es cierto que al dialogar con otros, sobre todo si no comparten la propia fe, el católico reconoce la
importancia de razonamientos que puedan ser aceptados por cualquiera, sin necesidad de asumir
premisas de tipo religioso.
Pero también es cierto que ningún ser humano razona desde una “mente pura”, porque continuamente
recibe influjos, conscientes o inconscientes, de las propias creencias y de otras dimensiones de su
condición humana.
Además, no solo el católico tiene su propia “fe”. También la tiene, aunque muy diferente, quien dice
no creer en ninguna religión puesto que admite (desde un prejuicio más o menos claro) que no hay un
Ser superior al mundo empírico que tenemos ante nosotros.
Desde luego, los razonamientos ayudan mucho a rechazar prejuicios dañinos y a abrirse a nuevos
horizontes. Pero el reconocer, por ejemplo, la dignidad de cada ser humano va mucho más allá de lo
que puede alcanzarse con simples pruebas empíricas y con razonamientos que prescinden abiertamente
de la idea de Dios.
En el camino humano hacia la verdad, los creyentes desearíamos encontrar modos concretos y
adaptados a cada uno para ofrecer una verdad que no nos pertenece, sino que nos ha sido regalada
desde la venida de Cristo al mundo.
Lo haremos, desde luego, con razonamientos, que ofrecemos en el máximo respeto hacia el otro,
especialmente si tiene serias dificultades en aceptar que Cristo es Dios y que murió y resucitó por
nosotros.
Lo haremos también, y quizá este sea uno de los caminos más hermosos para dialogar con otros, desde
la propia vida, que brota no solo a partir de ideas más o menos racionales, sino desde convicciones
profundas que dependen de un don que llamamos, sencillamente, fe.