ALGO MÁS QUE PALABRAS
LA MOVILIDAD HUMANA
============================
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
============================
Quizás tengamos que inventar cada cual nuestro camino, para el reencuentro de la posada, de ahí
lo importante que es la reunificación de familias y favorecer los reasentamientos. Ciertamente, cada día
son más las personas que viven fuera de su país de origen. Ojalá estos caminantes se muevan de manera
segura, ordenada y protegida, a las órdenes de una regulación internacional que les ampare.
Desafortunadamente, los conflictos continúan vivos y las tragedias migratorias nos dejan sin
palabras. Con la adopción de la Agenda 2030, hay un signo de esperanza, un soplo de vida, pues los
líderes mundiales se comprometieron a proteger los derechos de los trabajadores migrantes, combatir el
crimen transnacional y las redes de tráfico humano. Desde luego, urge trabajar sin descanso en la
construcción de otro mundo, de otra sociedad más respetuosa con los más débiles. Sabemos que el
derecho humanitario está impreso, pero a veces no pasa del papel a los hechos. Tantas veces nos falta
diálogo y moderación, compasión por quien sufre, sentido de responsabilidad, y sobre todo, corazón para
ayudar a reencontrar el camino del sosiego.
A estas alturas del conocimiento, de la multitud de avances, debiéramos saber que el camino ha
de realizarse en conjunto. O caminamos todos juntos hacia la paz o nunca la hallaremos por más que se
nos llene la boca de ella. Las condiciones degradantes en las que muchos migrantes o refugiados tienen
que vivir son intolerables. También cuesta entender las restricciones fronterizas a solicitantes de asilo.
Tenemos que estar preparados, y sobre todo dispuestos, para acoger esta movilidad humana.
Precisamente, la organización internacional para las migraciones (OIM) nos sorprende con unos recientes
datos, verdaderamente preocupantes: "Casi 19.000 refugiados han llegado a Europa por mar en los
primeros días del nuevo año, en un promedio de 1.700 al día". Sin duda, hemos de pensar, que podríamos
ser cualquiera de nosotros, y que las aspiraciones de cualquier especie humana pasa por mejorar su propia
existencia.
Por otra parte, casi sesenta millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares en
todo el mundo, el equivalente a casi la mitad de la población de Japón; y, nos consta, que veinte millones
de estas personas son refugiados. En consecuencia, el primer deber nuestro pasa por escucharles y, los
diversos gobiernos del planeta, además, deberían derivar un pequeño porcentaje del presupuesto en
proyectos de desarrollo para estos países afectados. En ocasiones, cuesta entender que no dejen trabajar a
Naciones Unidas, reduciendo el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin
tener en consideración a las personas indefensas.
Olvidamos que la ciudadanía únicamente puede avanzar si la atención primaria está dirigida a la
persona, si la promoción de la persona es completa, en todas sus dimensiones, incluida la humana; si no
se abandona a nadie, incluidos los pobres, los enfermos, los excluidos, los marginales, los discriminados;
si somos capaces de pasar de una cultura de la división a una cultura de la unión y de la acogida.
Emigrantes y refugiados no son almas raras que caminan sin rumbo, lo hacen en la mayoría de las veces
con un deseo legítimo de ponerse a salvo, de ser algo más persona, puesto que suelen huir de situaciones
de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades de subsistencia.
Por consiguiente, estamos llamados a cambiar nuestras actitudes desinteresadas, favoreciendo
este cambio de comportamiento hacia la movilidad humana, con talantes más justos y fraternos. Todos, en
el fondo, más pronto que tarde necesitamos una mano tendida para sentirnos reconfortados ante una
existencia en el que para nadie existen los caminos llanos: todos son subidas o bajadas. Precisamente, el
instante mágico es el momento en que un sí o un no, llega a trascendernos, puesto que puede cambiar toda
nuestra presencia de peregrinos. Al fin y al cabo, para todos ha de existir ese abrazo en el camino, esa
sonrisa, ese aliento en el que todo se vuelva amor desinteresado, el que tanto escasea en este orbe de
caminos. Nos lo merecemos, el amor auténtico, pero en su humanidad al completo. Es el mejor pan que
podemos darnos los unos a los otros, y los otros a los unos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
13 de enero de 2016