TOMANDO AL SOL
Siendo muy joven aprendió a gustar del sol.
Podía pasar varias horas de la tarde en el frente de su casa disfrutando del
sol que allí se encontraba.
Siempre dejaba alguna actividad para la tarde para poder disfrutarla con el
sol.
Tomaba su cabello abundante y lo recogía en una simple cola para que su
rostro recibiera más sol.
En oportunidades se hamacaba mientras leía dejando que el sol jugase con
ella en ese incesante ir y venir.
Con el paso de los días su rostro iba adquiriendo un ligero bronceado que
hacía más irradiante su brillante sonrisa blanca.
En los meses de frío, cuando el sol no poseía tanta fuerza, el frente de su
casa se volvía lugar de estudio o de lectura.
Allí encontraba a su amigo sol y se cobijaba con su tibieza.
Ella sabía que el sol no era una realidad lejana sino una presencia cercana.
Tan cercana que sentía su presencia acariciando su ser.
Eran caricias que le llegaban al corazón y este se colmaba de ternura y
sonrisas.
Eran caricias que le hacían saber única para su amigo sol.
Fueron, así, estableciendo una creciente relación de necesidad y comunión.
Muchos no podían entenderle. Con casi nadie podía compartir su amistad
con el sol.
Sabía que si manifestaba algo así no podrían entenderle.
Creció conservando el secreto de su particular amistad.
No había día en que no encontrase una razón para estar en el frente de su
casa con su amigo.
Fue pasando el tiempo y nada hacía que aquella particular amistad
menguase.
Muy pocos eran los días en que el sol no pasase para estar con ella.
No hace mucho, lejos de su casa, observaba como su amigo sol comenzaba
a perderse detrás del horizonte.
Fue, entonces, que levantó su mano y, sin que el sol se diese cuenta,
comenzó a cerrarla.
En un determinado momento descubrió que podía tomar al sol.
Bastaba con juntar su dedo pulgar e índice para que el sol quedase en ellos.
Su amigo tan grande y tan lejano estaba allí, tomado por sus dedos.
Era, el sol, todo suyo.
Sentía que daba de lleno en su rostro y no pudo evitar una sonrisa.
Sentía que su mano se llenaba de sol y no podía apartar su mirada.
Desde la palma de su mano el sol corría por su brazo y colmaba su ser.
Poco a poco, mientras iba descendiendo por el horizonte, el sol se quedaba
en ella.
Había tomado al sol de la mano y disfrutaba aquel momento.
Ya no necesitaba estar en el frente de su casa puesto que a donde iba
llevaba al sol en su mano.
Ya no estaba sola puesto que alcanzaba con mirar su mano para saber que
el sol allí continuaría siempre.
Sonreía en silencio sabiendo lo que había logrado realizar.
Sería, por siempre, su secreto. Un secreto celosamente guardado.
Un secreto entre ella y su amigo sol.
Tenía la certeza de que el sol, para ella, no era ni lejano ni distante.
Siempre que se dispusiera podía volver a tomarlo.
Con su mente podrá volver a aquel instante en que, entre sus dedos, tomó
al sol.
Solamente ella sabrá lo que hizo con su mano cuando tomó al sol.
Solamente ella podía tomar al sol y lo logró. Una sonrisa, plena de sol,
ilumina su rostro.
Padre Martín Ponce de León S.D.B