Misericordia quiero
Martha Morales
¿Tú quieres hacer lo que te place? ¡Hazlo! ¿Quieres demostrar tu
superioridad? Demuéstrala. ¿Quieres gastar dinero a pasto? ¡Gástalo!
¿Deseas ignorar al pobre y al necesitado? ¡Ignóralos! Sólo te digo una cosa:
No verás el rostro de Dios. Algo parecido a estas ideas predicaba San
Agustín a sus feligreses africanos, y ellos lloraban sin parar al pensar en la
posibilidad de no ver el rostro de Dios. Y me acordaba de este sermón
porque la Bula del Papa Francisco trata precisamente de la maravilla de ver
el del rostro de Dios.
La Bula “El rostro de la misericordia”, Misericordiae vultus, del Papa
Francisco, dice en sus comienzos: “Jesucristo es el rostro de la misericordia
del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta
palabra (…). Jesús de Nazaret, con toda su persona, revela la misericordia
de Dios”. Esta bula se compone de 25 números. El Papa describe los rasgos
más sobresalientes de la misericordia situando el tema, ante todo, bajo la
luz del rostro de Cristo, porque la misericordia es un rostro para reconocer,
contemplar y servir.
El Papa Francisco explicaba en una Homilía sobre la Madre de Dios:
“Ninguna otra criatura ha visto brillar sobre Ella el rostro de Dios como
María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan
contemplar” ( Homilía , 1-I-2015). La Virgen es la criatura que con mayor
abundancia ha experimentado la misericordia divina, porque acogió en su
seno al Hijo unigénito de Dios y la que mejor ha correspondido a ese
derroche de amor. La devoción a María es la mejor senda para descubrir el
rostro misericordioso de nuestro Padre Dios, que resplandece en el Verbo
encarnado.
Ya el Antiguo Testamento proclama en muchas de sus páginas la insondable
piedad de Dios con sus criaturas. El Señor es clemente y compasivo, lento a
la ira y rico en misericordia. El Señor es bueno con todos, y su misericordia
se extiende a todas sus obras (Sal 144 [145] 8-9). Y los profetas no se
cansan de advertir: convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es clemente y
compasivo, lento a la ira y rico en misericordia, y se duele de hacer el
mal (Jl 2, 13).
En la Última Cena, Nuestro Señor rezó —según la tradición judía— el Gran
Hallel o gran canto de alabanza: un salmo que enumera las maravillas
realizadas por Dios en la creación y en la historia; y, al final de cada
versículo, se repiten como un estribillo las siguientes palabras: porque es
eterna su misericordia (Sal 135 [136]).
El beato Pablo VI afirmaba que «toda la historia de la salvación está guiada
por la misericordia divina, que sale al encuentro de la miseria humana»
[Discurso en la audiencia general, 14-IV-1976].
El Papa Francisco nos enseña que la fecundidad apostólica procede de
conformarse con la lógica de la Cruz de Jesús, que es la lógica de salir de sí
mismo y darse, la lógica del amor (Homilía, 7 VII 2013). También enseña
que la alegría de Dios es perdonar. La misericordia es la verdadera fuerza
que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el
mal moral, el mal espiritual.
¿Cuál es el peligro? Pregunta el Papa Francisco. Es que presumamos de ser
justos, y juzguemos a los demás. Juzgamos también a Dios, porque
pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos a muerte, en
lugar de perdonar. Entonces sí que nos arriesgamos a permanecer fuera de
la casa del Padre ( Angelus , 15-IX-2013).
La misericordia del Señor puede hacer florecer hasta la tierra más árida,
puede hacer revivir incluso a los huesos secos (Ez 37, 1-14). Dejémonos
amar por Jesús.
Lo esencial del Evangelio de la misericordia. Dios se hizo Hombre para
darnos su misericordia. Jesús resume así su enseñanza a los discípulos:
“Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Se
concluye que es mejor la medicina de la misericordia que la de la severidad.
San Juan Pablo II sale a la defensa de la misericordia en su encíclica Dives
in misericordia : “Por más fuerte que sea la resistencia de la historia humana
(…), por más grande que sea la negación de Dios en el mundo, tanto más
grande debe ser la proximidad de este misterio que, escondido desde los
siglos en Dios, ha sido participado al hombre a través de Jesucristo” (n. 15).
En una galería de arte
Un hombre había pintado un cuadro donde Jesús aparecía tocando a una
puerta, aludiendo a esa frase del Apocalipsis que dice: “Estoy a la puerta y
llamo”. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades
locales, fotógrafos, periodistas y mucha gente, pues se trataba de un artista
reconocido. Llegado el momento, se tiró del paño que velaba el cuadro.
¡Aaah…! Hubo una expresión de asombro y un caluroso aplauso. Era una
impresionante figura de Jesús, con una linterna en la mano, tocando a la
puerta de una casa que parecía algo abandonada. La puerta tenía yerbas, lo
que daba la impresión de descuido. Jesús aparecía vivo, con el oído junto a
la puerta, parecía querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo
muchos comentarios; todos admiraban aquella preciosa obra de arte. De
pronto, un observador encontró un fallo en el cuadro: ¡Fíjense, la puerta no
tiene cerradura! … Así que se dirigió prontamente al artista:
¾"La puerta no tiene cerradura…".
El pintor respondió:
¾"Efectivamente, la puerta no tiene cerradura porque esa es la puerta del
corazón del hombre, y el corazón sólo se abre desde dentro".
Oración para ser misericordiosos
Señor, ayúdame a que mis ojos sean misericordiosos para no juzgue ni
recele por las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi
prójimo y acuda a ayudarla.
Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las
necesidades de los demás y no sea indiferente a sus penas.
Ayúdame a que mi lengua sea misericordiosa para que no hable mal de los
demás sino que tenga palabras de consuelo y perdón.
Ayúdame a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras
para que sepa hacer el bien y sepa hacer mis tareas diarias con amor, como
Tú, y alegría. Que mis pies me ayuden a ser misericordioso para que acuda
a socorrer a mi prójimo.
Ayúdame, Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que sienta los
sufrimientos del que sufre. Que sepa sonreírle incluso a aquel que abusa de
mi bondad. Que tu misericordia repose sobre mí y que yo repose en tu
Corazón misericordiosísimo.
¡Oh Jesús mío, transfórmame! (Cfr. Diario de Santa Faustina K, 163).
Es vital que nos preparemos, del mejor modo posible, para vivir el Año de la
misericordia, convocado por el Papa Francisco, con ocasión de los cincuenta
años de la clausura del Concilio Vaticano II. Y un modo de prepararnos es
leyendo con mucha atención la Bula “El rostro de la misericordia”
( Misericordiae vultus). ¡Esta Bula es preciosa! Tiene sólo 17 folios.