La adoración de los magos de Oriente
Rebeca Reynaud
Al principio Dios quiso poner un pesebre y creó el universo para adornar la
cuna. “La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un
sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A nosotros sólo nos
pide que le reservemos un rincón limpio (...) que abramos las ventanas y miremos
al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad, que existen, y vienen
siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal” [1].
Epifanía
Se llama Epifanía (del griego epi-faneia: manifestación) a la primera
manifestación al mundo pagano del Hijo de Dios hecho hombre, que tuvo lugar con
la adoración de los magos.
En el mundo grecorromano del siglo IV, la Epifanía o Teofanía equivalía a la
aparición o manifestación de la divinidad. El aniversario de la aparición era como el
día del nacimiento de la divinidad. Esto también se aplicaba a los soberanos.
Epifanía era la llegada del rey o emperador. San Pablo aplica esta palabra a la
primera venida de Cristo (2 Tim 1,10). También se une al 6 de enero el recuerdo
del Bautismo del Señor en el Jordán.
El 6 de enero era un día consagrado a la fiesta del Solsticio[2] de invierno
entre los egipcios y los árabes.
Faltan fuentes anteriores al siglo IV sobre el origen de esta fiesta. Hacia el
año 361 se celebraba solemnemente por la liturgia galicana. Algunos paganos
celebraban el culto al agua el 6 de enero. En la segunda mitad del siglo IV San
Epifanio nos da la primera noticia de la fiesta de la Epifanía, como venida y
nacimiento del Señor. Ya en el siglo I la fiesta se celebraba ya en Antioquía y
Egipto. Esta fiesta nace en Oriente, posiblemente en Egipto. Sustituye una fiesta
pagana dedicada a la luz[3].
El centro del episodio de los magos es la cita del profeta Miqueas, quien
dice literalmente:
Más tú, Belén Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha
de salir aquel que ha de dominar en Israel (Miq 5,1)
¿Quiénes eran los magos?
San Mateo dice: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá durante el
gobierno del rey Herodes, unos Magos vinieron de Oriente y se presentaron en
Jerusalén diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer. Porque
hemos visto en Oriente su estrella y venimos a adorarle” (2,2). La interpretación
literal del texto del evangelio hace suponer que se trata de una estrella que
aparece, avanza y se oculta, hasta lucir de nuevo.
Los magos eran consejeros de reyes. Estos sabios cultivaban la astrología o
astronomía, la medicina, la botánica, la aritmética y la geometría, entre otras
ciencias. Venían de Oriente, palabra vaga, que geográficamente designa toda la
región que se extiende al otro lado del Jordán: en primer lugar, Mesopotamia, la
tierra del Tigris y del Eufrates, donde se asentó Babilonia, y, finalmente, Persia
(Irán). El nombre de “magos” tiene precisamente un origen persa. Ese nombre era
dado por los medos y persas a los sacerdotes sabios. En cuanto a si eran reyes o
no, se puede afirmar que ningún autor anterior al siglo IV les da ese título. Herodes
no los trató como reyes.
La expectación mesiánica se había extendido por todo el Oriente,
especialmente desde que los libros sagrados judíos se habían traducido al griego,
lengua hablada en casi todo el Imperio romano. Los Magos pensaban que todo el
mundo conocía el nacimiento del Salvador, pero nadie les sabía dar respuesta
alguna.
La visita de los Magos tendría lugar después de los cuarenta días de la
purificación de María. Se puede suponer con toda lógica que la Sagrada Familia se
había instalado en una casita de Belén, pues la Escritura dice que los Magos le
encuentran en la casa .
El tipo de regalos nos haría pensar que venían de Arabia; pero lo demás
sugiere que su lugar de procedencia es el país en que reinaban los descendientes
de Nabucodonosor y de Ciro, de las llanuras del Eufrates o de los montes de
Ecbatana. Sus antepasados habían vivido en contacto con los profetas de Israel y
habían conocido los libros de la revelación judaica.
La estrella de los magos
En el relato de San Mateo la estrella juega un papel importante.
Una noche , estos sabios, tres según la tradición, Melchor, Gaspar y Baltasar[4],
descubrieron una estrella misteriosa que Dios hizo brillar ante ellos, y, recordando
los antiguos vaticinios, se dijeron: “He aquí el signo del gran rey; vayamos en su
busca”. Es una estrella que vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver
hasta que salieron de Jerusalén camino a Belén, se mueve delante de ellos en
dirección norte-sur. La estrella que conduce a los magos simboliza al mismo
Jesucristo, la luz increada que ilumina a todos los hombres y los transforma[5].
La gente sale a la calle para ver pasar la regia comitiva. A la escena exótica
se junta una pregunta desconcertante “¿Dónde está el nacido rey de los
judíos?”. (Mt 2,2). Se turbó Herodes y, con él, toda Jerusalén. Ante la grandeza de
Dios no faltan personas que se escandalizan; porque no conciben otra realidad que
la que cabe en sus limitados horizontes
Mientras los magos estaba en Persia -escribe San Juan Crisóstomo- no
veían sino una estrella; pero cuando abandonaron su patria, vieron al mismo sol de
justicia [6] .
Informes de Herodes
Sobre los judíos reinaba el astuto idumeo, Herodes I el Grande[7], hombre
cercano ya a los setenta, quien durante 30 años se había sostenido en el poder a
base de intrigas, crímenes y humillaciones. Eliminó a su cuñado Aristóbulo y a su
suegro Hircano, y a Kostobar, marido de su hermana Salomé; a su madrastra
Alejandra, a su esposa Mariamne y a los dos hijos que tuvo de ella. Mandó matar a
la mayoría de las diez mujeres que tuvo[8]. Era acatado pero se le odiaba. Como
era usurpador, se asustaba de una sombra. Herodes había vivido pendiente del
menor atisbo de un competidor al trono, para liquidarlo. Al final de su vida sufrió de
manía persecutoria.
Según el testimonio del historiador Flavio Josefo, Herodes tenía una red de
espías, que son los que le informan de la llegada de los Magos. Llama, pues, a los
pontífices y a los escribas, es decir, a la sección del alto consejo, que le servía de
norma de interpretación de la Escritura. Cuando le dicen que el Rey de los judíos
debe de nacer en Belén, la respuesta debió calmar un poco las suspicacias de
Herodes, pues no era fácil que en Belén, población de poca importancia, hubiese
una familia tan ilustre que pudiese disputarle la corona. Creyó que lo más
conveniente sería disimular “y llamó en secreto a los magos” (Mt 2,7). Después de
agasajarlos hipócritamente, los despidió con una recomendación: “Id e informaos
bien de ese Niño. En cuanto le hayáis encontrado, hacédmelo saber, pues también
yo quiero ir a adorarle” (Mt 2,8). El colmo de su sagacidad está en querer convertir
en espías y delatores a aquellos nobles extranjeros que se confiaban a él[9].
Oro, incienso y mirra
Finalmente, la estrella se detiene sobre la casa donde estaba el Niño. Los
viajeros quedaron sorprendidos cuando se encontraron frente a una humilde casita
y no con un suntuoso palacio. Las casas de Palestina tenían una habitación que
servía de dormitorio, cocina y sala de estar. No obstante entraron sin vacilar.No son
recibidos por un rey sentado en su trono; sino por un Niño en brazos de su Madre,
y reconocieron en aquel Niño al rey que buscaban , y postrándose le adoraron. Se
postraron , como correspondía a un rey entre los orientales: es un verdadero
homenaje. Y le adoraron , como a Dios. Abrieron sus cofres y le ofrecieron
presentes: oro, incienso y mirra (Mt 2,11). Le llevaron los mejores productos de su
tierra. El oro es un regalo propio para un rey, el incienso simboliza la oración del
creyente. Las plantas aromáticas que producen el incienso (boswellia sp.) y la
mirra (Commiphora myrrha) no existen en Palestina[10]. La mirra es una goma
amarilla y agria del bálsamo-dendrón ; la resina perfumada que los semitas
llamaban mar , de donde viene mirra. La mirra se empleaba en la sepultura de los
muertos y simbolizaba la humanidad de Jesús.
San Irineo dice:
La mirra es para aquel que debía morir; el oro, para aquel cuyo reino había de
perdurar, y el incienso, para el Dios de los judíos, que ahora se manifiesta por
primera vez a los gentiles.
De lo que dice San Mateo se desprende que los Magos pasaron en Belén,
por lo menos, una noche. Presentaron sus regalos, como lo exigía la etiqueta
oriental. El oro, debió constituir una ayuda providencial para la pobreza de la
Sagrada Familia.
Dar es propio de enamorados, y Dios mismo nos señala lo que quiere de
nosotros. No le importan los bienes de la tierra porque todo eso es suyo; quiere
algo íntimo, que podemos darle libremente: dame, hijo mío, tu corazón (Prov XXIII,
26).
Los bienes de la tierra son excelentes, pero el hombre los pervierte cuando
los convierte en ídolos. No debemos ir detrás de los bienes económicos como si
fueran un tesoro. El tesoro está reclinado en un pesebre; el tesoro está en la
Eucaristía, porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro
corazón (Mt 6,21).
En vez de regresar por la ruta de Jerusalén y Jericó, los magos atravesaron
los campos betlemitas y se dirigieron a la Transjordania, después de costear la
ribera occidental del Mar Muerto. El episodio pone de manifiesto el alcance universal
de la misión de Cristo, que viene a realizar una tarea que afecta no sólo a Israel,
sino a todos los pueblos. Jesús es el Emmanuel anunciado por Isaías y los demás
profetas.
Necesitamos una fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el
desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirá llegar a la
meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios. Un camino de fe es un camino de
sacrificio. La primera enseñanza que nos da es la de que “hemos de corredimir no
persiguiendo el triunfo sobre nuestros prójimos, sino sobre nosotros mismos[11]”.
Poco tiempo después José, Jesús y María tienen que huir a Egipto. No deja
de admirarnos que la Providencia divina no eximiera a José y a María de los
sufrimientos de los hombres. La presencia de los magos fue una ráfaga de gloria
sobre la infancia de Jesús.
[1] E. Monasterio, El Belén que puso Dios, Palabra , España 1996, p. 9.
[2] Época en que el Sol de halla en un de los dos trópicos (21-22 de diciembre). El
Solsticio de invierno hace que en el hemisferio boreal (septentrional, norte) se dé el
día menor y la noche mayor, y en el hemisferio austral (sur) todo lo contrario.
[3] Cfr. Guadalupe Pimentel, Celebrando a Jesús de Nazareth , G.Pimentel, México
1992, p. 55.
[4] Los Magos aparecen por primera vez con nombre en un manuscrito del siglo
VII, que se encuentra en la Biblioteca Nacional francesa. En el siglo IX son
nombrados como Melchor, Gaspar y Baltasar en un mosaico de Rávena (MIGNE II,
14).
[5] Cfr. A. Argemi Roca, Epifanía, en GER 8, 690.
[6] S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae, 6,5 (PG 57,78).
[7] El Rey Herodes de que aquí se habla fue el primero de los cuatro que menciona
el Nuevo Testamento.
[8] Cfr. José María Casciaro, Jesús de Nazaret, Alga Editores, Murcia 1994, p. 52.
[9] Cfr. Justo Pérez de Urbel, Vida de Cristo , Minos, México 1989, pp. 76-77.
[10] Cfr. F. Fernández Carvajal, Vida de Jesús , Palabra, Madrid 1997, p. 90.
[11] J. Escrivá, En la Epifanía del Señor , Minos, México 1974, p. 8.