Llaves de misericordia
P. Fernando Pascual
2-1-2016
Las llaves sirven para cerrar y para abrir. Dejan pasar o lo impiden. Liberan o encarcelan.
También en la Iglesia hay llaves. Pedro las recibió del mismo Cristo: las llaves del Reino de los cielos.
“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” ( Mt 16,19).
¿Qué tipo de llaves tiene Pedro? Son llaves que vienen de Dios y sirven para los hombres. Son llaves
que abren y cierran el acceso al Reino de los cielos. Son llaves de misericordia.
Con esas llaves la Iglesia católica, durante siglos, ha buscado abrir el tesoro de la salvación a todos los
hombres. No porque la Iglesia tenga unos privilegios especiales, sino porque simplemente quiere
cumplir la misión que Cristo le ha encomendado.
Cuando el corazón siente el peso de sus pecados, cuando el cansancio de la lucha lleva al desaliento y
al miedo, cuando el diablo susurra que no podremos cambiar, podemos mirar ante nosotros y ver una
puerta abierta: es la puerta de la misericordia.
Cristo vino al mundo para eso: para anunciar el Reino, para predicar la conversión, para sacrificarse y
abrirnos el cielo, para mostrarnos el rostro misericordioso del Padre.
La Iglesia recibe de Cristo unas llaves maravillosas. Con la mirada puesta en la Cruz y en la mañana de
Pascua, tenemos la certeza de la victoria del Buen Pastor, de Aquel que es la verdadera Puerta para las
ovejas: “si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” ( Jn 10,9).
El banquete está preparado. Las llaves han abierto la puerta. Hay que vestirse con traje de bodas
(buenas obras) y llenarnos de esperanza. “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han
llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino
deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos” ( Ap 19,7-8; cf. Mt 22,11).
Pedro, ¿pesan las llaves? No te preocupes. Cristo ha rezado por ti. Confía y abre. Mira a tu Maestro y
camina. Con tus lágrimas y tu humildad, grita y recuerda al mundo que el Señor nos ha preparado un
lugar en los cielos, junto a su Padre, para siempre (cf. Jn 14,3).