POR UN AÑO MEJOR
Ha llegado el momento oficial de poner punto final a un año más.
Un año más para el interminable conflicto entre palestinos y judíos.
Un conflicto con tanto tiempo a cuestas y con tanta sangre derramada que
uno se pregunta si no es parte de esta historia contemporánea y que debe
estar allí para ocupar metros de noticias.
Un año más para los inacabables conflictos étnicos en África.
Un continente africano que resulta tan marginado que apenas si logra ser
noticia por más que su sola presencia resulte casi como un inmenso dedo
acusador de la injusticia y la insensibilidad.
Un año más con la presencia signada por la violencia del EI.
Un EI que, parecería, justifica su fanatismo en un dios que clama sangre y
violencia.
Un año más con la dura radicalización en Venezuela.
Un país extremadamente rico en petróleo que se ve inmerso en una terrible
inflación y abundante desabastecimiento.
Parecería como que la democracia sudamericana, siempre frágil, aún no ha
llegado a aprender a caminar segura y son muchos los intereses que se
juegan detrás de cada gobernante de turno.
Un año más para encontrar buenas noticias.
Esas buenas noticias que, pese a ser muchas, tienen muy poco espacio
entre las noticias cotidianas.
Un año más para llevar a la práctica nuestras tradicionales incoherencias.
Como que nunca acabamos de descubrir nuestra capacidad de ser
incoherentes y siempre podemos encontrar oportunidades para practicar
alguna nueva.
Un año más que se ha marchado.
Doce meses nos son suficientes como para “hacerlo carozo” y tener la
necesidad de descartarlo para comenzar uno nuevo.
¿Cuántos años nos quedan?
Quizás si supiésemos los años que tenemos por utilizar, aprovecharíamos
de mejor manera cada año que poseemos.
A cada año lo utilizamos de una forma que, da la sensación, no importa este
porque tenemos el que ha de venir.
Así, interminablemente, vamos malgastando años.
La capa de ozono perforada y raída, el recalentamiento del planeta, el uso
abusivo de los recursos naturales, la contaminación del agua, el frágil
equilibrio del ecosistema casi destruido, las muchas especies en peligro de
extinción.
Son todas realidades que nos están diciendo, a los gritos, de que todo tiene
un límite y, pese a ello, continuamos destruyendo años, mal utilizando los
mismos.
Durante mucho tiempo resultaba muy común ver representado el año
nuevo por un niño pequeño, reluciente, mientras que el año que se ha ido
es un anciano decrépito y con la ropa hecha jirones.
Es, únicamente, una representación pero, sin duda, es el reflejo de nuestro
uso del tiempo puesto que un año es más que suficiente para destrozar al
mismo.
Es muy difícil llegar al final con el año en buen estado.
Siempre, por más que solamente sea un cambio de almanaque y de último
dígito, ponemos un sin fin de deseos que, por lo general, no van
acompañados de nuestro propósito de cambio.
Un año no cambia si nosotros no cambiamos. El año será, realmente nuevo,
si nos encuentra con el sincero y practicado empeño de cambio.
Nuestra voluntad de renovación, hecha práctica, es lo que hará,
sinceramente, un año capaz de plasmar esos deseos con los que cargamos
a todo año nuevo.
Ojalá podamos, cada uno en nuestra medida, tener la capacidad de ser
constructores de un año mejor que el que ha pasado.
Hace poco concluíamos una de nuestras “mesas compartidas” brindando por
un año nuevo que más no sea como el que concluye.
Por más que nos limitemos a desear tal cosa debemos aspirar a algo más.
Una aspiración que debe hacerse empeño y tarea de nuestra parte.
En la medida que nos empeñemos en mejorar podremos vivir un año mejor.
Solamente así podremos tener un FELIZ AÑO NUEVO.
Padre Martín Ponce de León S,D.B