Ridiculizar para rebatir
P. Fernando Pascual
12-12-2015
Entre las diferentes estrategias de la discusión, hay una que consiste en defender un punto de vista a
costa de ridiculizar a quienes piensan de otra manera.
Así, por ejemplo, si alguien defiende que hay tantos tipos de matrimonios como deseos y gustos,
ridiculizará a quien defiende el “matrimonio tradicional”.
O quien defiende el aborto, ridiculizará a los “provida” como oscurantistas, violentos, intolerantes,
enemigos de la mujer y promotores de odio.
O quien no cree en verdades absolutas, ridiculizará a los “dogmáticos” como seres anclados en la Edad
Media, amigos de la quema de herejes e incapaces de cualquier diálogo.
El ridiculizador, sin embargo, no rebate. Simplemente, busca encasillar al interlocutor en una situación
de inferioridad, como si así venciese en la discusión, cuando en realidad lo único que hace es
obstaculizar un auténtico diálogo.
Lo correcto, en temas serios y ante personas reflexivas y educadas, consiste en analizar las ideas sin
etiquetar burlescamente al interlocutor. Es decir, un auténtico amigo del debate serio no ridiculiza, sino
que escucha, intenta comprender, y luego responde con respeto.
En un mundo donde dominan las frases hechas, las flechas envenenadas, las etiquetas burlescas, los
ardides malévolos, hace falta promover un espíritu de sana escucha y un respeto auténtico hacia el otro,
también cuando piensa de un modo diferente al propio.
¿Es posible esto? Sí, con mentes abiertas y con voluntades honestas. Solo entonces una discusión
evitará ridiculizaciones engañosas y permitirá una seria reflexión sobre los argumentos, lo cual es un
modo fecundo para satisfacer un deseo que radica en todo corazón humano: dar nuevos pasos hacia la
verdad.