La Liturgia de la Iglesia
Rebeca Reynaud.
La Liturgia es el culto público y oficial de la Iglesia. Liturgia significa servicio
público. Es la adoración oficial dada a Dios por su pueblo. Es un gran diálogo entre
Dios y su pueblo. Un diálogo donde la Trinidad es glorificada y el hombre
santificado. Durante la celebración litúrgica, lo más importante es lo que no se ve .
Se trata de un hecho de fe que trasciende la experiencia de los sentidos. Durante la
Santa Misa está Cristo realmente presente, pero no lo ven nuestros ojos.
La imagen de rey es una idea concreta que aparece en el Apocalipsis y en la
Liturgia. Dios debe ser tratado como rey, especialmente en la liturgia. Allí se hacen
las decisiones. No se puede separar la liturgia de la economía, la política, la
sociología… de nada. Hay quien no ve la conexión entre la Misa y el mundo. Es una
belleza de la Iglesia.
Escribir sobre liturgia es algo verdaderamente difícil: es decir palabras acertadas
sobre lo inefable; pero algo podemos intentar decir.
Hacia el año 988, según la «Crónica de Néstor», llamada también «Crónica de los
tiempos antiguos», Vladimiro, Príncipe de Kiev, envió legados a diversos pueblos
para que comprobaran qué clase de culto religioso rendían a Dios, y ver así cuál de
ellos escogería. Los legados fueron a los búlgaros (= del Volga), musulmanes, y
volvieron consternados de lo que hacían en las mezquitas. Fueron luego a los
germánicos, cristianos latinos, y encontraron que su culto era frío, sin sentimiento.
Finalmente, se dirigieron a Constantinopla, donde les recibió el Emperador. Éste se
alegró y, poniéndose en contacto con el Patriarca, le avisó: «Los de Rus (= los de
Kiev) han venido a indagar acerca de nuestra fe. Disponed el templo y a los
ministros del Señor y revestíos con vuestras vestiduras sacerdotales para que
puedan ver la gloria de nuestro Dios», El Patriarca convocó a los ministros del
Señor y, según la costumbre, celebraron un Oficio festivo. Prendieron los
incensarios y convinieron con el coro para que entonara los cánticos de la himnodia
sagrada. El Emperador entró con los Legados en el templo y los situó en un lugar
abierto, mostrándoles la belleza del edificio, el canto y el culto que los sacerdotes,
diáconos y ministros rendían al Señor; les habló del servicio divino. Los Legados
quedaron profundamente asombrados y se maravillaron de los divinos Oficios. A su
regreso a Kiev dijeron a Vladimiro que «lo que habían contemplado en
Constantinopla no podía expresarse fácilmente en palabras y que, durante la
celebración litúrgica, no sabían si se hallaban en la tierra o en el cielo»
(Janeras). En México, pasó algo semejante hace más de cuatro siglos, y también
hoy pasa, pues las celebraciones litúrgicas son para muchos, momentos intensos.
Fray Toribio de Benavente, llamado “Motolinía”, cuenta en la Historia de los Indios
de Nueva España , la devoción de los nativos a la Eucaristía. Escribe: “Los naturales
es de ver con cuanta solemnidad y alegría se trata el Santísimo Sacramento (...) El
relicario del Santísimo Sacramento hacen tan pulido y tan rico, que sobrepuja a los
de España, y aunque los indios casi todos son pobres, los que entre ellos son
señores dan liberalmente de lo que tienen para ataviar adonde se tiene que poner
el Corpus Christi”. Describe una procesión en Tlaxcala: “Allegado este santo día de
Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas una tan solemne
fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallaran el Papa y
el Emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla (...). Iban en procesión el
Santísimo Sacramento y muchas cruces y andas con sus santos (...). Había en el
camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar,
adonde salían de nuevo niños cantores cantando y bailando delante del Santísimo
Sacramento” (c.15,192s).
Antes de las lecturas, en la Misa, se dice el Salmo responsorial. Hay dos modos de
encontrar a Cristo en los salmos. El primero consiste en poner a Cristo en el “yo”
del salmo, identificarlo con el salmista. Son abundantes los versículos de salmos
que podemos poner en boca de Jesús y que Él pronuncia dirigidos a su Padre. El
segundo consiste en identificar a Cristo con el “tú” del salmo. El “yo” es la Iglesia o
cada cristiano, el “tú” es Jesucristo, el Señor.
Cuando Cristo vino a este mundo, su pueblo no le reconoció. San Juan Pablo II ha
comentado: Jesús “va al templo, llevado como un Niño en brazos de María y de
José, a los cuarenta días de su nacimiento. Y, aunque ninguno de los presentes –
excepto Simeón y la profetisa Ana- lo sepa y dé testimonio de Él, en el momento de
su llegada, debería resonar el salmo 23 porque precisamente fue escrito para este
momento. Para esta venida. El Templo de Jerusalén debería saberlo. En cambio, el
Templo calla y el salmo no suena” (1983). Ojalá que nosotros sí reconozcamos a
Cristo, presente en la Eucaristía y en la Palabra.