Dios dirige mi vida
P. Fernando Pascual
21-11-2015
De un modo sencillo y casi misterioso, Dios dirige mi vida. Lo hace con su gracia, que me acompaña
desde el bautismo. Lo hace con su Palabra, acogida y explicada en la Iglesia católica. Lo hace con las
inspiraciones continuas del Espíritu Santo.
Lo hace, de un modo sorprendente, a través de la historia. Nada escapa a su Providencia. Si algo ha
ocurrido, incluso el pecado, es porque Él lo tenía ya previsto. No quiso el mal, pero tampoco impidió
que algunos de sus hijos abusasen de la libertad.
Muchas veces, con su gracia, me ayudó a evitar el pecado. Muchas otras veces me iluminó tras una
caída, me inspiró confianza en su misericordia, me sacó de la fosa (cf. Sal 40,3) y me vistió un traje de
fiesta cuando, arrepentido, volví a casa (cf. Lc 15,20-24).
A lo largo del camino, ha estado siempre a mi lado. Supo esperar cuando mi egoísmo cerró puertas y
partí lejos de casa. Buscó una y mil veces cómo despertarme del mal y enseñarme el camino de la vida.
Incluso estuvo dispuesto a morir en una cruz para rescatarme del pecado.
No pudo hacer más por mí. Todo está ofrecido en el Calvario. El cielo ha quedado abierto. La fuerza
del Espíritu Santo actúa en los corazones. Desde que nació la Iglesia, los discípulos repiten la
invitación de Cristo Maestro: convertíos y creed (cf. Mc 1,15; Hch 2,38; 3,19).
Con su ayuda es posible entrar en el buen camino. Basta con mantener encendida la lámpara de la fe, el
entusiasmo de la esperanza, y el amor de Dios que “ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado” (cf. Rm 5,5).
Como un niño en brazos de su madre (cf. Sal 131), dejo que Dios dirija mi vida. Me llevará a verdes
praderas, me conducirá a fuentes tranquilas (cf. Sal 23), viviré en paz. Porque sé que Él me ama, y eso
me basta.