Juicios éticos y diferencias culturales
P. Fernando Pascual
21-11-2015
Hay enormes diferencias entre quienes consideran el aborto como un crimen y quienes lo ven como un
derecho. Como las hay entre quienes defienden que la pena de muerte sería un castigo justo ante ciertos
crímenes y quienes buscan la total abolición de la misma en el mundo.
La lista sobre diferentes juicios éticos podría ser larguísima. Al constatar este hecho, ¿basta con decir
que estamos ante diferencias culturales? Por ejemplo, ver como positivo o negativo el divorcio o el
matrimonio entre más de dos personas, ¿depende del lugar y del pueblo en el que uno vive y la
educación recibida?
Intuimos fácilmente que una valoración positiva o negativa sobre un acto depende no solo de la cultura
en la que uno vive, sino de otros factores. Porque dentro de la misma cultura hay quienes defienden y
quienes condenan un comportamiento, según argumentaciones elaboradas de modo personal o desde el
pluralismo que caracteriza a muchos países de nuestro tiempo.
Constatar lo anterior puede llevar a algunos a cierto relativismo. Si las culturas son diferentes, o si
dentro de un mismo territorio conviven puntos de vista opuestos, no habría manera de determinar quién
tenga razón: cada uno juzgaría un comportamiento según parámetros culturales o razonamientos
personales que explican y fundan sus conclusiones.
Afirmar lo anterior implica un grave peligro, que consiste en renunciar a caminos intelectuales que
permiten determinar quién tiene razón y quién está equivocado. Porque no puede ser a la vez verdadero
o falso que el aborto sea un derecho, como tampoco la esclavitud puede ser buena o mala simplemente
según los puntos de vista que cada uno asuma.
Una buena discusión sobre tantos temas éticos supone afrontar seriamente los principios fundamentales
que iluminan y permiten juzgar las acciones humanas. Tales principios fundamentales no están
circunscritos a ninguna cultura ni pueden caducar, si bien no resulta fácil reconocerlos a causa de
prejuicios o intereses que obstaculizan pensar correctamente.
Las diferencias culturales no pueden ser vistas, por lo tanto, como barreras que impiden avanzar hacia
una verdad ética universalmente reconocible. Por eso, si una cultura promueve prejuicios y actitudes
que impiden un correcto juicio ético, necesita ser sanada desde un diálogo paciente que corrija aquello
que aparta de la verdad y que permita avanzar hacia razonamientos morales válidos para todos, es
decir, universales.