Alex Lora y el matrimonio
P. Adolfo Güémez, L.C.
Muy pocos cantantes en el mundo han logrado vender 30 millones de discos y mantener
una carrera de más de 47 años de rock. Estos son algunos de los logros del famoso roquero
Alex Lora, vocalista de la banda El Tri.
Se preguntarán qué hace un cura hablando de un grupo de rock. En primer lugar, el rock y
los curas no estamos peleados. De hecho, a mí me encanta. Y de entre todas las bandas, El
Tri –con la rasposísima voz de Alex–, es de mis preferidas.
Este grupo y su vocalista son tema constante en muchos medios de comunicación. Sin
embargo la noticia que hoy quiero compartirles muy pocos la han difundido.
Me ha sorprendido leer que Alex y su esposa Chela, acudieron hace unos meses a la
Basílica de Guadalupe a agradecer y celebrar sus 35 años de casados.
¡35! ¡No son pocos! Sin duda no todo ha sido dar conciertos. Cada uno de esos años ha
debido estar sembrado de muchas sorpresas y dificultades, así como de grandes alegrías y
satisfacciones.
El matrimonio no es una caja de chocolates que se comen sin esfuerzo. Es, más bien, un
libro que hay que escribir todos los días con mucha paciencia y dedicación.
La vida matrimonial es un camino hermosísimo a la felicidad. Sin embargo, nadie en su
sano juicio puede asegurar que ser feliz sea una tarea fácil, ¡aunque tampoco imposible!
Los miembros de una pareja que deseen alcanzar la felicidad tienen que tener en mente que
no pueden pretender hacerlo solos.
Si uno desea ser feliz por su propia voluntad, aislado de toda ayuda y apoyo, entonces se
encontrará bien pronto con un vacío existencial.
La pareja que se casa, ha decidido hacer que dos caminos se conviertan en uno solo. Tal
vez por ahí vienen tantos fracasos matrimoniales, pues, aunque de palabra aceptaron
convertirse una sola carne, en los hechos siguieron actuando como dos personas que viven
bajo un mismo techo, pero con vidas paralelas.
Además, el matrimonio necesita también ayuda de otras personas: amigos, papás, suegros,
familia, sacerdotes…
Hemos sido creados para vivir y compartir con los demás. No sólo porque sin ellos no
podríamos sobrevivir. Sino también porque sin ellos es imposible ser plenos.
Asimismo, para que un matrimonio pueda, no sólo perseverar, sino hacerlo felizmente,
debe darse cuenta de que no sólo su matrimonio necesita a los demás, sino que ellos
también lo necesitan a él. Y así, una pareja que hace apostolado, que ayuda a sus
semejantes, tiene mayores posibilidades de crecer.
Pero la persona más importante para asegurar la felicidad es Dios. No un Dios vago, difuso.
No un Dios de fin de semana. Tampoco uno al que, como si fuera un médico, sólo se acude
cuando lo necesitamos.
El Dios ante el cual cada matrimonio se ha comprometido es un Dios real, que debe tenerse
presente en todo momento, principalmente con la oración. El Dios preocupado por los
detalles. El Dios que ama como nadie ama. El Dios que nos da todo lo que necesitamos
para crecer y ser felices. El Dios que nos habla a través de la creación, de los
acontecimientos y de su Palabra. En una palabra, el Dios hecho carne: Jesucristo.
El matrimonio sin Él, se convierte en una tarea imposible. Con Él, en cambio, en un
proyecto duro, pero muy valioso y con la seguridad de que llegará a su fin.
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