La tibieza en la vida espiritual
Rebeca Reynaud
Juan Pablo II decía que le tenía más miedo al estado de bienestar de Suecia que a
la persecución de Stalin. La persecución nos hace vibrar; el bienestar excesivo lleva
a la tibieza al aburguesamiento del alma.
Don Álvaro decía en una de sus Cartas: La insidia más peligrosa, la enfermedad
más dañina es el aburguesamiento interior, la tibieza, que se manifiesta en la
disminución de la lucha por cumplir las exigencias de la llamada divina. Es la más
insidiosa porque puede no advertirse en sus principios. El joven rico reunía las
condiciones para recibir la llamada de Dios pero cuando Jesús lo invitó a seguirlo,
dejarlo todo por el amor, descubre que no está dispuesto a abandonar sus cosas,
su riqueza, su comodidad, sus manías, sus proyectos más o menos mezquinos.
Gran parte de los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están íntimamente
relacionados con el corazón del hombre, capaz de lo más sublime y de lo más
depravado. Benedicto XVI dice que el cáncer más virulento es la apatía del corazón,
corazón que no busca la rectitud.
Es preciso destacar que todas las enfermedades tienen remedio en la vida
espiritual.
3 de Octubre de 1921: Jesús dice a Josefa Menéndez: No acaban de conocer a
dónde va a parar el no hacer caso de faltas ligeras. Empiezan por una pequeñez y
terminan en la relajación.
26 de Noviembre de 1921 Jesús dice a Josefa: “¡Hay tantas almas que Me
abandonan y tantas que se pierden! Y lo más triste es que a muchas las he colmado
de dones y he fijado en ellas los ojos; en cambio, Me corresponden unas con
frialdad y muchas con ingratitud. ¡Qué pocas son, qué pocas, las que me devuelven
amor por amor!” (…): “Quiero que tu alimento sea: amor y humildad, y no olvides
que has de vivir abandonada a Mi Voluntad y siempre alegre, porque Mi Corazón
cuida de ti con inmensa ternura”.
Dios es lo único absolutamente que puede llenar el corazón humano. Nuestro
corazón está hecho para lo eterno y lo infinito: está hecho para Dios.
El tibio ha ido desalojando poco a poco a Dios de su corazón, de allí que
frecuentemente necesite huir de sí mismo. Padece una pereza que consiste en
hacer cosas que van en beneficio de intereses humanos, pero no en el de su vida
interior.
La tibieza es una grave enfermedad del amor que puede darse en cualquier edad.
Un alma tibia ha perdido a Cristo en el horizonte de su vida.
La tibieza supone la negación práctica de la llamada universal a la santidad.
Es una actitud de indiferencia hacia las cosas de Dios, que se manifiesta en una
postura humana de mediocridad, de dejaciones, de desgana ante lo que se refiere a
Dios y de abandono de las cosas pequeñas.
F. Fernández Carvajal la define: La tibieza es una parálisis espiritual, una
enfermedad del alma. Esa debilidad de las fuerzas del alma es consecuencia de la
falta de ilusión porque no se tiene en cuenta el amor que Dios nos profesa, y por
tanto, no se encuentra aliciente para comportarse como a Dios le gusta. Es una
cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales,
a causa del esfuerzo que llevan consigo (Santo Tomás de Aquino).
El error más grande de los seres humanos sería basar su vida sobre la falsa
seguridad del bienestar material, sobre el prestigio humano; sobre el dinero u otra
cosa de poca consistencia. Poner a Cristo en primer plano está en el origen de la
vocación cristiana y de la alegría. Es causa de infelicidad todo lo que nos separa de
Jesucristo.
La tibieza hace difíciles las cosas fáciles . La tibieza todo lo encuentra
extremadamente dificultoso. Con tibieza, se piensa más en lo difícil de lo bueno y
en el placer de lo malo. Se pierde el deseo de un acercamiento profundo a Dios,
incluso se rehúye en lo posible, el trato con Dios.
El corazón no puede estar “en vacío”, o se le da un gran amor o se llena de
pequeñas compensaciones. San Gregorio lo ilustra diciendo que: “el alma
negligente padecerá hambre; porque cuando no aspira con ardor a lo más alto, se
derrama perezosamente en los bajos deseos; y por lo mismo que se dispensa de
someterse a disciplina, se siente atraída por deseos de placeres”.
Quienes no están habituados a negarse nada y abren la puerta a todo lo que le
piden sus caprichos, quienes andan con los sentidos sueltos, difícilmente podrán ser
dueños de sí mismos y alcanzar a Dios.
¿Cómo tomarle cariño a Dios? Meditando la Pasión de Cristo y siendo discípulos de
la Virgen María.
-A Don Álvaro le preguntó uno:
-Padre, voy a dar la charla del retiro, ¿qué les digo?
-Diles que en la vida sólo hay 2 caminos: Uno que conduce imperceptiblemente
hacia arriba y otro que conduce imperceptiblemente hacia abajo.
La tibieza nace de la dejadez prolongada en la vida interior; nace de sucesivas
transigencias, cediendo fácilmente ante los pecados veniales.
Lo más peligroso de la tibieza es que se parece a una pendiente inclinada, que nos
va alejando poco a poco, y cada vez más de Dios. Si no le tomamos cariño a Dios,
es lógico que no se nos ocurra hacer lo que a Él le gusta y de dejar de hacer lo que
le desagrada.
El fondo de la tibieza es el orgullo y la pereza,... el miedo al sacrificio. El
tratamiento de la tibieza viene por la línea de la oración y por la línea de la
sinceridad.