Visitar y cuidar a los enfermos
P. Fernando Pascual
26-9-2015
La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en la
espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable.
El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta conocer qué está pasando. Luego busca los
remedios para curarse, si esto resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay esperanzas
de sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad irreversible, que tal
vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte.
En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela encontrar manos amigas, consejos buenos,
atenciones médicas adecuadas. Sufrir solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir
acompañados por quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante.
Por eso, entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”.
De este modo, quien está sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer mucho, ofrecen
su tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a quienes conviven durante
días o meses con la enfermedad.
La invitación de visitar a los enfermos viene del mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía y
curaba a muchos enfermos que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al
recordarnos que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).
Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la llamada a ser auténticos prójimos de nuestros
hermanos enfermos. De modo especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a visitar a los
enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186):
“Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las
mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria.
El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios
humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”.
Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el buen samaritano del que nos habla Jesús en el
Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que
acompaña al otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi hermano
gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora más necesitado a causa de sus
sufrimientos?
Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las obras de misericordia corporales. Vale la pena
recordarlo, para aprender a mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica
“Deus caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino para servir y que
atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo largo del camino.