Número de hijos y salud del planeta
P. Fernando Pascual
12-9-2015
Cada ser vivo influye, con mayor o menor medida, en el planeta Tierra. Entre los seres vivos, también
cada ser humano influye, en ocasiones seriamente, en el equilibrio del ambiente que nos permite
existir.
En este contexto surge en algunos la pregunta sobre el número de hijos que genere cada pareja. ¿Tener
más hijos provocaría un mayor daño al ambiente? ¿Tener menos hijos llevaría a mejorar las
condiciones externas y a respetar la ecología?
No resulta fácil ofrecer respuestas exhaustivas por la cantidad de aspectos que habría que tener en
cuenta. Estas líneas se fijan en cuatro que merecen una reflexión seria y equilibrada.
Lo primero que hace falta recordar es lo siguiente: no todos los seres humanos influyen de igual modo
en el ambiente.
Ello explica que una familia con 6 hijos puede tener un impacto sobre el planeta mucho menor que un
soltero sin hijos, según los estilos de vida que adopten la familia y la persona que vive sola,
respectivamente.
Porque si esa familia numerosa, por elección o por necesidad, vive con pocos aparatos, con un escaso
uso de electricidad, con una dieta bastante reducida, sin un coche, sin sistemas de calefacción o de
refrigeración, será mucho más “ecológica” que el individuo que vive sin hijos pero que usa
continuamente un yet particular...
Este primer aspecto pone de relieve que el punto central no está en el número de hijos, sino en los
estilos de vida que cada uno puede escoger. Desde luego, una familia con muchos hijos y que adopta
un nivel de vida lleno de aparatos y de viajes generará consecuencias ecológicas de enorme
importancia. Pero no sería correcto considerar a tal familia como irresponsable por tener tantos hijos,
sino por la manera consumística en la que vive...
Tener esto en cuenta no significa ignorar la importancia de los números. El influjo que tienen en un
territorio 100 personas que usan razonablemente de los recursos de nuestro mundo será siempre menor
que lo que generen 1000 personas con un tenor de vida semejante al de las 100 personas en ese mismo
territorio. Lo que se intenta evidenciar es la complejidad del tema y la importancia de las opciones y
comportamientos que adopten cada individuo y cada familia, para no fijarnos solo en los números.
El segundo aspecto se refiere a lo difícil que resulta evaluar el impacto que tiene la especie humana en
una perspectiva que tenga en cuenta todo el globo terráqueo. Son tantas las variables y tantos los
aspectos a considerar, que establecer cuál sería el número total de habitantes que “soporte” la Tierra
resulta prácticamente imposible.
Lo que sí resultaría más asequible es estudiar el tema en territorios reducidos. Ciertamente, existe el
comercio y muchos alimentos pasan de un continente a otro. Además, durante siglos cientos y miles de
personas, en situaciones de comida o de agua en una zona concreta, han optado por desplazarse a otros
territorios. Pero es obvio que si en un determinado momento las familias constatan que tener hijos es
condenarlos al hambre y agravar la situación de todo un poblado o una región, tendrán esto en cuenta a
la hora de abrirse o no a la llegada de un nuevo hijo.
Hay un tercer aspecto que tiene su importancia. Cada ser humano tiene unas características que lo
hacen único. Si no está afectado por graves enfermedades que le impidan una vida normal, pensará de
modo inteligente y tomará decisiones libres.
De esta manera, cada hijo entra en el mundo con unas posibilidades casi ilimitadas, lo que permitirá
que el quinto hijo de un matrimonio llegue un día a descubrir un nuevo sistema de producir agua dulce
desde el agua del mar. También permitirá, por desgracia, que otro hijo construya fábricas que
contaminen el ambiente, o provoque guerras en las que se usen armas químicas...
Por eso, a la hora de pensar en cuántos hijos “debería” tener una pareja no basta con sopesar en qué
influirá este posible nuevo hijo en el ambiente, sino en las maneras concretas en las que vivirá, maneras
que permitirán mejorar las cosas (si vive ecológicamente) o empeorarlas (si actúa esclavizado por el
consumismo y las ambiciones egoístas).
Un último aspecto a considerar va más allá de lo simplemente terrestre. Un hijo empieza a existir en la
Tierra, pero está llamado a una vida eterna. Es a la luz de esa vida eterna que cada existencia tiene un
valor incalculable. Sea rico o pobre, sano o enfermo, de una raza o de otra, su existencia está en
relación directa con Dios.
Por eso, optar por no tener hijos por miedo a que provoquen un posible y no muy claro daño el
ambiente es caer en un reduccionismo que no ve que cada vida vale por sí misma, aunque camine por
una ciudad llena de smog o no consiga los alimentos necesarios para lograr una dieta equilibrada.
Tener en cuenta estos aspectos ayuda a reconocer la complejidad de las dimensiones que están en
juego. En cambio, pensar que con menos hijos mejorará la salud del planeta resulta simplista y, en
ocasiones, implica una alianza con mentalidades antinatalistas denunciadas por el Papa Francisco en la
encíclica “Laudato si'“.
En concreto, y así terminamos estas líneas, son de especial interés las siguientes reflexiones de la
encíclica apenas citada:
“En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan
sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en
desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien
es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al
desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es
plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario». Culpar al aumento de la población y no
al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende
legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en
una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los
residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de
los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del
pobre». De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la distribución
de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el aumento del
consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la
contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad
de vida” (Papa Francisco, Laudato si' , n. 50).