PREGÓN 2015
FIESTAS PATRONALES EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LA VEGA
DEL SEÑORÍO DE QUEVEDO, TORRE DE JUAN ABAD
Pregonero: Víctor Corcoba Herrero
Buenas noches, autoridades, pueblo querido y amado, ciudadanos de
bien, gentes de alma y vida. ¡Buenas noches!
Aquí estoy, aquí me tienen, esta vez físicamente, muchas gracias por
la generosa invitación. Les confieso que siento el bienestar del convidado,
pero el nerviosismo de decir todo lo que quiero decir con las mínimas
palabras; puesto que ellas, -estas palabras que vengo a pronunciar-, quiero
que les acaricien a cada uno de ustedes, sí a cada uno, porque es mi corazón
el que les habla. Lo confieso.
Precisamente, pensando en las palabras a las que siempre retorno
para cultivarme interiormente, y con las que me cautivo a diario para
embellecerme a su lado, me he propuesto para este acontecimiento,
mantener fría la cabeza para no soltar lágrima alguna, calentar el alma con
la emoción de sentirles y alargar la mano para saludarles, a fin de fundirnos
en un abrazo, este servidor y todo el pueblo en su conjunto.
En efecto, he vuelto a Torre de Juan Abad como el primero de los
fiesteros, aunque bien lo saben los que me conocen, que quizás nunca me
he ido y este regreso con el verbo y la voz, es más continuación de mi
mismo, o sea más abrazo si me lo permiten, puesto que el corazón es un
niño, y vengo a pregonar las fiestas patronales de Nuestra Señora de la
Vega, tan queridas por mí y tan recordadas siempre, puesto que nos evocan
tiempos pasados, pero también nos abren al futuro, al divertimento
fraternizado, como un don más del cielo a nuestras almas sedientas de paz,
de sosiego y de afecto materno, como una nueva ocasión de demostrar la
piedad de un pueblo, vuestra hondura y generosidad con todos y para todos,
verdaderamente admirable.
Vecinos, vuestro Señorío, que también es el mío, adherido al insigne
cantautor de sueños, el inolvidable don Francisco de Quevedo y Villegas,
con el que yo también hago camino a diario, y nuestra ferviente devoción a
Nuestra Señora de la Vega, nos han convocado, junto al regocijo del
Órgano, pues ahora mismo está tocando en silencio y me acompaña en su
deseada soledad, pues como digo en uno de mis poemas: "En Torre de Juan
Abad/ el órgano no cesa de elevar sus plegarias al Creador, / cuando no hay
manos para tocar, / son las manos de Dios/ las que estremecen el corazón".
Por tanto, quizás debería callarme y ponernos a escuchar nuestros
interiores, que sin duda es aquello por lo que vivimos, sentimos y
pensamos. Al fin y al cabo, si las palabras dan vida, también el órgano que
ahora calla, nos enciende el alma con su silencio hasta transcendernos.
Efectivamente, es bajo esta conmoción como se nos engrandece el
alma, como si todo quisiera expresar una vocación casi maternal, la de
Nuestra Señora de la Vega. Aquí todos tenemos nuestro sitio. Este es mi
sentimiento, el que he sentido nada más respirar aire Torreño, la
hospitalidad de un pueblo en el que anida un vergel de aromas que nos
emocionan. Aquí, si los suspiros son aire y van al aire, como dijo Bécquer,
también las lágrimas son versos y se enraízan en el alma.
Lo he dicho siempre; cuando llego a estas tierras, concretamente en
los artículos escritos, hoy sembrados por el mundo virtual, uno se despoja
de tristezas y olvida el reloj para dejarse sorprender. A propósito, evocaré
algunos de mis últimos artículos sobre esta tierra: "Descubriendo mundos y
describiendo sensaciones". O aquel otro: "En el refugio de Quevedo yo
también pude vivir para mí". La verdad, que a uno le dejen vivir este
recogimiento tan deseable para el alma, aparte de ser una gozada, también
es un respiro para el cuerpo.
Llegamos al momento de los recuerdos. Por ello, evocaré la estela
imperecedera de Quevedo, y mi entusiasmo por llegar a este paraíso. Lo
hice a raíz de una invitación cursada por el entonces alcalde y hoy más que
amigo, hermano, don Emilio Molina García, con motivo del VII Encuentro
de Coros y Rondallas Francisco de Quevedo, donde se me otorgó la
inolvidable e inmerecida distinción de la Pluma de Oro, Francisco de
Quevedo. Que mejor guía para un sembrador de voces que intenta expresar
grandes cosas con sencillas palabras. Mil gratitudes por ello.
Me van a permitir que trate a don Emilio Molina García como
hermano, pues sin conocernos, hicimos nuestro el adagio Quevediano de
que "el amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin
esperar a que le llamen". Lo mismo me sucede con el precursor de este
vínculo de fraternización, don José María Lozano Cabezuelo, corazón de la
Casa de Quevedo, que cierto día tuvo a bien llegar a mis soledades y
silencios, tras leer algunos de mis textos, ofreciéndome un paseo por este
Olimpo de la Torre, sí de Torre de Juan Abad, que yo no conocía y lo
lamento, pues de conocerlo antes, quizás me hubiese venido a vivir a este
edén, donde Quevedo injertó al mundo los más sublimes abecedarios de su
ingenio.
De don José María Lozano Cabezuelo no voy a decirles nada más,
únicamente que lean el libro de las Fiestas 2015, concretamente el texto
escrito por don Laureano Patón Martínez, cuyo titulo es "José María
Lozano, semblanza de un perfil cultivado". No se puede decir más y mejor
de este hombre justamente bueno, que tiene bien merecido y ganado todos
los homenajes que se le puedan tributar, y mejor en vida, sobre todo por su
apasionado amor y entrega incondicional al pueblo.
Claro, no me extraña que Quevedo, teniendo a Nuestra Señora de la
Vega como protectora, se sintiera libre para poder cantar las mejores
glorias y vivir la inmensa gratitud de sentirse amado.
Quien les pregona fue en el curso 2009-10, cuando descubrimos este
jardín; gracias, esencialmente, a la influencia de don José María Lozano
Cabezuelo, y hasta este oasis de luz llegamos provenientes de Granada, un
autobús repleto de padres e hijos y algunos turismos más, que forman la
escuela de Padres del Colegio "el Carmelo", ubicado en la ciudad.
Seguramente muchos de ustedes nos recordarán. Pues como digo, en ese
instante, descubrimos a Nuestra Señora de la Vega, fue nuestra primera
visita, una eucaristía inolvidable celebrada por don Urbano Patón Villareal,
sacerdote que nos adentró en el corazón espiritual de este pueblo, crecido
por las bondades y las virtudes, desbordado de paz y amor.
Es lo propio de un pueblo devoto a Nuestra Señora de la Vega, tan
arraigada en la religiosidad de los trabajadores del campo, que marca sus
vidas con el sello de una rica humanidad y una concepción cristiana de la
existencia, pues en Ella se cifran las esperanzas de quienes ponen su
confianza en el Creador. Ella es como la síntesis del Evangelio y “nos
muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el pueblo de
Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y a traducir en su vida el
misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano
de la existencia individual y social.
Por consiguiente, tras enhebrarme a emociones vividas, vengo al
presente, y agradezco a su actual alcalde don José Luis Rivas Cabezuelo,
del que sé que también es un activista de la cultura, como no podía ser de
otra manera en este pueblo de labranza e intelecto, y que estoy convencido
que como presidente de la Fundación Francisco de Quevedo, promoverá y
potenciará el desarrollo turístico, artístico y cultural, con verdadero tesón y
constancia, tanto de este pueblo, con horizontes por todo el Campo de
Montiel, como de Castilla la Mancha.
También agradezco al señor Alcalde, don José Luis Rivas
Cabezuelo, depositase en mí la enorme responsabilidad de pregonar estas
fiestas que nos llaman a todos a la concordia y a la armonía, a la buena
vecindad entre unos y otros.
Son ustedes, principalmente gentes de campo como he dicho, y saben
que para purificar la tierra, hay que cuidarla, mimarla, protegerla. Yo
también provengo del campo, y como diría mi admirado don Clemente
Plaza Plaza, cantautor de estas tierras del Campo de Montiel y director de
la revista Balcón de Infantes, entre otros nombramientos más del espíritu
que de lo mundano, pues como suele decir don Clemente, hemos de
caminar al futuro, porque realmente el porvenir está oculto detrás de las
personas que lo hacen. Y así es, seremos lo que queramos ser, pero ahora
no es el momento de trazar caminos, sino de congregar sonrisas, de beber
entusiasmos y de disfrutar como una piña de todos y con todos. Nuestra
Señora de la Vega, sabrá conciliarnos y reconciliarnos en nuestro desvelo,
tomando un mayor sentido de comunidad espiritual, haciendo realidad una
tradición más vivificada, más compartida, más desinteresada y poniendo la
pureza de costumbres en nuestro horizonte, el que nos convoca.
¡Y Tú, oh Madre Santísima, Protectora Nuestra; Nuestra Señora de la
Vega, que desde este "Sagrario del Señorío de Quevedo", Torre de Juan
Abad, parece como que te complaces contemplando la fidelidad y la
devoción de estos tus hijos, tu pueblo; Tú, Señora, con el inolvidable y
querido don Urbano Patón Villareal, que ya estará preparando mil
conciertos para rendir culto bajo la advocación dulcísima de la Madre; no
nos abandones ante el Corazón de tu amantísimo Hijo, a fin de que sigamos
siendo siempre dignos de su nombre y de su historia y, sin dejarnos
arrastrar, los unos por las fatigas y trabajos de esta vida y, los otros, por la
excesiva bonanza del momento, procede Consoladora para que nunca
apartemos los ojos de ese cielo, donde Tú nos esperas, Señora de la Vega, y
a donde debemos tender con todas nuestras fuerzas!.
Es hora del reencuentro, y como diría el poeta Juan José Guardia
Polaino, ángel de la poesía y paloma errante de estos campos de Montiel,
que no conoce de murallas, sino de fraternización, bienvenidos a la danza,
ya que una vida sin festejos es como un largo camino sin posadas. Aquí,
indudablemente, en esta tierra de luz y silencios, por si misma uno ya ve, a
poco que sepa mirar y ver, una verbena en cada esquina. Ahora bien,
Torreños, no olvidéis de vivir la velada con la idea Aristotélica, de que lo
mejor es salir de esta vida como de una fiesta, ni sediento ni tampoco
bebido.
Y en este sentido, quien les pregona tampoco quiere salir de este
pregón como un cansino del verbo, por lo que deseo ir llegando a su fin,
para que el protagonismo de la reunión festiva sea el abrazo entre unos y
otros, pues como diría Quevedo, "aunque los que de corazón se quieren y
sólo con el corazón se hablan; saben también que las palabras son como
monedas, que una vale por muchas, como muchas no valen por una", y
pienso, en consecuencia, que ha llegado el momento de dejarnos abrazar
por la risa. Sí, por la carcajada, porque los jolgorios, aparte de alimentarnos
el espíritu, ahuyentan el invierno del rostro humano.
Es verdad que optamos por la risa en casi todas las situaciones, con
excepción de una, en la visita al dentista. Por consiguiente, riámonos
mucho, si acaso hasta que la aurora nos despierte. Hasta nuestra Señora de
la Vega parece sonreír cada vez que nos cobija. ¿Le han mirado bien a la
cara?. Mírenla y verán como sonríe. Sonríe aunque sólo sea una sonrisa
suave, porque más triste que la sonrisa suave, es la tristeza de no saber
sonreír. Sonrían, pues, y mucho, que nada prende tan pronto de unas almas
en otras, como la simpatía del carcajeo.
La misma Madre Teresa de Calcula, a la que quiero traer a este
vergel, pues hoy, justo el 5 de septiembre, tomaba rumbo a la casa del
Padre, una mujer referente y referencia, por su trayectoria y coherencia
evangélica a favor de los más pobres entre los pobres. Con justicia, ha
constituido un enorme manantial de inspiración. Pues esta Madre, Madre
Teresa de Calcuta, solía decir que "la paz comenzaba por una sonrisa".
¡Cuánta razón tenía y tiene!
En un momento en que tantas apariencias de felicidad nos atraen,
corremos el riesgo de caer en la rutina, de tener una vida sin ilusión, sin ese
aliento que nos injerta de gozos, y que es, como decía esta Madre de nervio
caritativo, el deber, nuestro gran deber, de "no permitir que alguien se aleje
de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz".
Realmente, vivimos en una sociedad despreciativa del ser humano
que no es alguien, en una cultura de la superficialidad, incapaz de ahondar
en el verdadero espíritu del individuo, lo que nos llama a un estilo de vida
más enternecido con nuestra propia especie. Qué crueldad la de aquel que
no sabe, o no quiere, acompañar en el momento de la necesidad a sus
propias raíces. Precisamente, los problemas fronterizos surgen por esa falta
de mano tendida, que no entiende de acogida y mucho menos de asistencia
humanitaria. Ese mundo inhumano debería copiar de ustedes, que saben
acoger con amor a los que venimos de otras tierras y alegrarnos el alma.
Ahora sí, llegamos al momento del abrazo y de las risas, de
acompasar el paso con la alegría de festejar una fiesta más, pero todas
distintas, la de nuestra Señora de la Vega, a la que por cierto inmortalizará
como nadie don Luis Manuel Ginés Guijarro, como lo ha hecho a través de
las espléndidas grabaciones de los conciertos emblemáticos de los ciclos
internacionales, que de manera incondicional patrocina este Ayuntamiento
Torreño. El buen fruto ahí está, un irrepetible documento histórico. Como
también permanece, con ilusionado impulso, la emblemática tarea de la
Fundación Francisco de Quevedo, que, con pasión y sin escatimar esfuerzo
alguno, custodia, conserva y otorga el valor del genio Quevedo, de cara a
su difusión pública, permitiendo así, de este modo, el disfrute de este
singular patrimonio, verdaderamente sublime e interesante
En consecuencia, tras el trabajo en común, por un pueblo
verdaderamente admirable, ya no sólo por su acogida, sino también porque
sabe cuidar sus tradiciones; y, entre estas usanzas, el divertimento tiene su
lugar. Por tanto, a divertirse toca. Nos lo hemos ganado a pulso. No
pongamos grilletes al amor que surja. Y luego, al baile hasta que el cuerpo
aguante. Bienvenidos a todos. Nos sentimos bienhallados. La fraternización
ha de comenzar.
Lo deseo con toda el alma.
¡Vivan todos los Torreños, los de ayer en nuestro recuerdo, los de hoy en
nuestro camino y los de mañana en nuestra poesía!¡Vivan los Torreños!
¡Y Viva por siempre Nuestra Señora de la Vega y sus abrazos de Madre
Consoladora! ¡Nuestra Señora de la Vega viva por siempre!
Y por mi parte; hasta siempre, amigos, pues el corazón no olvida.
__________________________ Víctor Corcoba Herrero
año 2015