TROZOS DE INFANCIA
No es sencillo hacernos a la idea de la situación de aquel tiempo de comienzos del
1800.
Todo era muy sencillo y la pobreza era una realidad con la que se convivía con
demasiada frecuencia.
Quienes vivían en las afueras de las grandes ciudades no tenían mayor fortuna que
su tierra y ella insumía esfuerzos, horas y mucha dedicación.
Las carencias se suplían con ingenio y espíritu de sacrificio.
Las jornadas de trabajo eran de sol a sol y no quedaba mucho espacio para los
cuidados personales.
El cuidado de algún animal que se tuviese requería horas de dedicación y los
frutales disponibles exigían muchísima atención.
En ese contexto nace Juan Bosco un 16 de agosto de 1815.
En una familia donde las carencias eran variadas y el trabajo una constante.
A los cuatro años de vida su padre fallece repentinamente.
Para la madre y sus hijos aquella realidad implicó deber arremangarse y redoblar
esfuerzos.
Cada uno asumió diversas tareas y de esa forma fueron intentando sobrevivir
compartiendo trabajo y limitaciones.
Juan, debido a su edad, se dedicaba al cuidado de la vaca de la familia.
Pasaba horas sin otra cosa que soñar y mirar que aquel animal no se apartase de
las posibilidades de buenos pastos.
Allí conoció otros niños que, como él, no tenían otra ocupación que mirar sus
animales y esperar que pasase el tiempo.
Fue, entonces, que decidió transformar en útil aquel largo tiempo.
Con otros chicos, más pobres que él, aprendió a compartir el pan de su madre, que
siempre es el mejor pan.
Pan de harina de trigo y pan de riqueza espiritual.
Fue así que comenzó a plasmar su condición de líder.
Con repeticiones de la historia sagrada que aprendía en su casa comenzó a nuclear,
junto a él, a un grupo de “pastorcitos”.
Casi inmediatamente supo que aquello no era suficiente y comenzó a compartir con
ellos juegos y diversas artes circenses que practicaba con esmero.
Sin darse cuenta fue guardando en su interior aquellas andanzas para, luego,
apelar a ellas ya como sacerdote.
Es así como Juan Bosco va incorporando a su ser esas realidades que luego le
habrían de caracterizar como sacerdote en medio de los niños y jóvenes.
Liderazgo, audacia, aprovechamiento de los tiempos y encuentro con los otros
serían de esas características que harían de su infancia una realidad distinta al
común de los niños.
La vida lo va a llevar por caminos insospechados pero esos caminos no hacían otra
cosa que ir plasmando en él lo que habría de ser unos años más adelante.
En su infancia supo que las cosas se conseguían con trabajo.
Aprendió que siempre se puede ser útil.
Descubrió que nada sucede al azar.
Llevó a la práctica eso de que con lo que se es se puede ser útil.
Como poseía un sueño nada lo apartó del mismo en la medida que lo supo siempre
presente.
Supo que lo importante no es lo que se tiene sino lo que se es.
Aprendió diversos oficios que le servían para ir haciéndose un lugar en su vida.
Aquellos oficios los atesoró junto a trozos de su infancia.
Trozos de su infancia que, luego, habría de poner al servicio de la causa de Jesús.
Padre Martín Ponce de León SDB