DON BOSCO
Ya quisiera poder hacer de este mes de agosto una verdadera fiesta.
Este mes en el que celebraremos los doscientos años de su nacimiento es el de un
compromiso que se hace intento.
No puedo quedarme en el Don Bosco que ya ha muerto.
No puedo quedarme en el Don Bosco de la institución.
No puedo quedarme en el Don Bosco de los documentos.
Debo quedarme con ese Don Bosco que hoy conserva la frescura de su desafío.
El Don Bosco que no se limita a repetir lo de la mayoría sino que busca por caminos
propios.
El que no teme no ser entendido o ser mal interpretado.
El del amor entrañable por los niños y jóvenes, particularmente los de la clase más
necesitada.
El de la cercanía y conocimiento de cada uno de sus jóvenes.
El de la palabra al oído.
El de los métodos no convencionales. El que rompía esquemas y era señalado y mal
visto. El que buscó brindar aquello que la sociedad no brindaba.
Para ello buscó, una y mil veces, por distintos senderos, aquellos que fuesen de
mayor utilidad.
La vida le había hecho transitar por muy diversos caminos y a cada uno de ellos los
supo poner al servicio de sus muchachos.
Pero, fundamentalmente, la vida le había ido enseñando la profunda necesidad de
confiarse a Dios. Ello fue lo que realizó.
Buscó ser fiel y para ello cargó con la cruz que en muchas oportunidades se hizo
dura y amarga. Nada importaba ni le detenía.
Se sentía llamado a servir a sus muchachos para obtener su salvación y así ser
santo y puso todo lo suyo al servicio de esa causa.
Por ello entusiasmaba y convencía.
Sabía que en esa tarea no estaba solo.
Él y Ella eran los permanentes referentes de su camino y desde ellos se animó a
emprender las osadas empresas que supo llevar adelante.
Austero, paternal, exigente, tenaz, constante, atento, solícito, disponible.
Algunas de esas cualidades de las que supo alimentarse en una constante oración.
Lo suyo era una educación desde la informalidad de un espíritu de familiaridad que
era tan necesario en aquellos muchachos tan carentes de afecto.
No se refugió en las estructuras de una familia que crecía a ojos vista sino que
quería a sus hijos “en mangas de camisa” para ser útiles y serviciales.
Sin duda que las cosas han cambiado con el paso de los tiempos.
Los jóvenes ya no son los mismos que en los finales del siglo XIX.
Pero el desafío se conserva intacto.
Brindar lo que la sociedad no brinda.
Es el desafío a la audacia.
A la búsqueda constante.
A la constante renovación.
Al tránsito por caminos nuevos sin temor a la equivocación.
Por ello más que una fiesta externa es la celebración de un renovado compromiso.
A medida van transcurriendo los años y los mismos pesan es mucho más difícil
renovar tal compromiso.
Es más simple quedarse y limitarse a lo ya establecido.
Es más cómodo repetir lo ya probado y mucho más si ello ha redundado en algún
logro.
Quizás sea necesario, para renovar tal compromiso, poder identificarse con la gente
de las clases populares.
Es poder aprender a convivir con necesidades muy concretas.
Aprender a crecer en la cultura del carecer.
Necesitar experimentar la pobreza a flor de piel para poder valorar las pequeñas
cosas.
Es poder estar atento a los signos de Dios para dejarse asombrar con su bondad.
Es buscar y para ello estar desapegado a las muchas cosas que atan, limitan y
desalientan.
Lejos de una fiesta externa es la celebración de un compromiso que se debe hacer
tarea vital.
Porque lo suyo está vigente y es todo un desafío actual.
Padre Martín Ponce de León SDB