ALGO MÁS QUE PALABRAS
A SOLAS SOY NADIE Y EN LA CALLE MENOS AÚN
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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De vez en cuando me gusta salir a la calle a deshojar las páginas reales de nuestra oportuna
presencia, no en vano escribir es pensar sobre lo vivido y protestar, aunque sea de uno mismo. Además de
hacerse valer siempre, hemos de pensar para decir lo que cada cual quiera decir, y decirlo. La libertad no
puede existir únicamente en los sueños, ha de convivir con nosotros. Y por consiguiente, la regla del que
escribe no es otra que conversar mucho y meditar más. En consecuencia, opté por beber de los
abecedarios de ciudadanos hallados en cualquier esquina del camino. Ciertamente me encontré con
mucha gente desencantada, con una actitud acomodaticia y pasiva. Sentí pena al observarlos, pues
muchos de ellos eran jóvenes, con cara de aburridos, resignados a los acontecimientos, sin espíritu apenas
para buscar nuevos horizontes. Intenté hacerme un hueco entre ellos, para cuando menos soñar en un
futuro diferente, y la verdad que no sabían cómo cambiar su vida. Realmente no tienen proyectos, viven
una vida sin sentido, esclavizados por las tecnologías, pero con el aburrimiento de la soledad impuesta.
También observé gente mayor muy sola, custodiada por animales de compañía, deseosa de
enhebrar palabras y que alguien les escuchase. Es verdad, a veces el atardecer de la vida es un poco
molesta por las enfermedades que comporta, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es una herencia
que no podemos obviar. Precisamente, una de esta personas mayores, me comentaba sobre la cantidad de
enfermedades raras que estaban surgiendo, incluso un familiar suyo que vivía en el campo, me dijo que
había contraído uno de esos malditos padecimientos, que no saben cómo atajarlo, pero él estaba
convencido que el origen viene de muchos elementos químicos de fertilización de las tierras, de productos
fitosanitarios y plaguicidas en definitiva. Quizás no le faltase un poco de razón, entre la química y la
tecnificación, no dejamos que el ecosistema respire, se oxigene por sí mismo, y pueda desarrollarse.
Movido por la pasión de estos abuelos, decidí salir de la ciudad y perderme por las montañas,
alejarme y visitar pueblos perdidos, olvidados. Pensaba que sería otra página de un libro más natural, más
auténtico, sin embargo, la desilusión también fue grande, la deforestación y el abandono verdaderamente
me dejó sin verbo. Es una pena que nos descuidemos del medio ambiente y que lo maltratemos con
nuestras actitudes. Tanto el mundo rural como el mundo de las ciudades, debe cuidar mucho más su
propio medio natural. Esta cultura de la dejadez tiende a convertirnos en personas sin alma. La vida
humana, el ciudadano ya no siente como un valor primordial que su existencia debe ser respetada y
protegida. Debemos reflexionar sobre esto, y ante todo, hemos de pensar que todos somos ciudadanos del
mundo, y que este hábitat es común para cualquier ser vivo. Por desdicha, millones de personas en el
mundo, aún no son reconocidas como tales, lo que dificulta su acceso a la justicia.
Tras la experiencia vivida, anoté en mi agenda, callejear más por la vida, para escribir mejor
sobre ella, puesto que son las relaciones entre las personas lo que nos enriquece y da sentido a nuestra
propia coexistencia. Naturalmente, aunque a solas sea un don nadie, y en la calle menos aún, pienso que
está muy bien lo de leernos unos a otros y, luego, recapacitar sobre lo compartido. A mi juicio, la
actividad especulativa lo domina todo y de qué manera, a su antojo y beneficio. No les importa que la
juventud camine sin esperanza alguna, o que a los mayores nadie les atienda, con tal de acrecentar el
beneficio inmediato de los poderosos. Me parece muy importante, pues, que la ética reencuentre su
espacio en este mundo, sobre todo en las finanzas y los mercados, poniéndose al servicio de los intereses
de la ciudadanía y de su bien colectivo. Esta es la clave para esperanzarnos. Lo mismo sucede con la
especulación de los precios alimentarios, otro escándalo más con graves consecuencias para el acceso a la
comida de los más pobres. O con la explotación ilícita y de ruptura de la solidaridad en el mundo laboral.
Así podríamos seguir, para desgracia de toda la especie humana, habite donde habite, ya que se ha
instaurado una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus
códigos y sus pautas.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
29 de julio de 2015