BAUTISMO
MARIANO ESTEBAN CARO
¿HAY QUE BAUTIZAR A LOS NIÑOS PEQUEÑOS?
Desde los tiempos apostólicos la Iglesia ha venido bautizando a los
niños ya en el comienzo de su existencia, aunque todavía no sean
capaces de entender lo que el bautismo significa. Esta práctica,
avalada por más de veinte siglos de historia, está basada también en
principios teológicos fundamentales.
La gracia bautismal es un don gratuito, que Dios nuestro Padre
hace a sus hijos, antes de que éstos puedan hacer algo para
merecerla. Los padres cristianos, como quieren lo mejor para sus
hijos, también deben procurar para ellos la gracia de ser hijos de Dios,
ya desde el comienzo de su existencia.
La gracia bautismal elimina el pecado original e infunde en los
niños el don de la fe, de la esperanza y de la caridad, así como los
dones del Espíritu Santo, haciéndolos además miembros de la gran
familia que es la Iglesia. Y, sobre todo, los hace hijos de Dios.
También hay que tener en cuenta que el bautismo es el
fundamento de la vida cristiana. En consecuencia, los padres y
padrinos han de procurar que los años de la niñez, la adolescencia y la
juventud sean como un catecumenado, un camino progresivo de
iniciación a la vida cristiana y de inserción en la Iglesia. Los
bautizados, según vayan creciendo, han de comprender y apreciar el
gran don del bautismo.
Los padrinos y, de modo especial, los padres, con su palabra y con
su ejemplo, tienen que ser los primeros maestros en la enseñanza de
las verdades cristianas. Además han de saber escuchar a estos niños
según vayan creciendo, pues quien se ha sentido escuchado sabrá
también escuchar. Y, sobre todo, escuchando a sus hijos, los padres
les están enseñando a escuchar la Palabra de Dios, de la que nace y
se alimentan la fe y la vida cristiana.
La misión de los padres no se limita a la vida física. También están
llamados a engendrar a sus hijos en la fe y en la vida del espíritu.
Padres y padrinos han de ayudar a los niños a crecer fieles al
evangelio, dispuestos a amar a Dios sobre todas las cosas y a todos
los hombres como hermanos.
EL BAUTISMO, DON DE DIOS Y TAREA DEL CRISTIANO
En el bautismo no sólo son perdonados el pecado original, así como
los pecados personales, si se trata de un adulto. Además el bautizado
es transformado en una criatura nueva a imagen de Cristo muerto y
resucitado. Esta transformación es consecuencia de los dones que
Dios le hace y que, a lo largo de su vida, serán la base de su existencia
cristiana y de un estilo de vida consecuente con ellos. El bautismo es,
a la vez, don de Dios y tarea permanente del cristiano.
La gracia bautismal es participación en la vida de Dios, que es
comunión interpersonal del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El
cristiano ha de vivir este don bautismal como comunión filial con Dios
y como gracia fraterna con los hermanos. En el bautismo el cristiano
recibe el Espíritu Santo, que habitará en él como en un templo. Es el
Espíritu Santo el amor personal de Dios, que estará presente en lo
más íntimo del bautizado, para guiarlo y darle fuerza y, sobre todo,
para hacerle cercano y presente el amor de Dios. A lo largo de su vida
el cristiano tiene la tarea de ser dócil al Espíritu Santo, dejándose
guiar por él.
La participación en la vida divina y la presencia del Espíritu Santo
capacitan al bautizado para creer en Dios, esperar en él y responder
al amor de Dios, amándole a él sobre todas las cosas y amando a los
hermanos como Cristo nos ama. Estos dones de la fe, la esperanza y
la caridad serán también, en cuanto virtudes, la tarea fundamental de
la vida cristiana.
Por el bautismo nos incorporamos a la Iglesia, Cuerpo de Cristo,
Pueblo de Dios y gran Familia de los bautizados. El sacramento del
bautismo es el vínculo sacramental de la unidad entre los miembros
de la Iglesia. Por él participamos de la misión de la Iglesia, recibida de
Cristo sacerdote, profeta y rey. Esta pertenencia a la Iglesia hay que
vivirla gozosamente como un don de Dios, pero también como una
decisión personal permanentemente ratificada.
El bautismo es la puerta que nos conduce a la vida sacramental de
la Iglesia, que ya en sí misma es el gran sacramento de salvación y por
cuyos sacramentos (bautismo, confirmación, penitencia, eucaristía,
orden sacerdotal, matrimonio y unción de enfermos) Cristo resucitado
sigue ofreciendo su gracia salvadora en los diversos momentos y
situaciones de la vida del cristiano.