La ideología de género a debate.
Ángel Gutiérrez Sanz Autor del libro “SER MUJER EN UN MUNDO DE HOMBRES”
La reciente aprobación por el Parlamento Catalán de la ley de igualdad efectiva entre
mujeres y hombres, con la pretensión de promover la ideología de género, no es una
buena noticia. No lo es. Entiendo que no puede haber discriminación sexual, defiendo
la igualdad de oportunidades, la igualdad jurídica, laboral, social entre el hombre y la
mujer, como el que más, porque entiendo que ambos son iguales en cuanto a su
dignidad humana. Otra cosa bien distinta es tratar de pasar por alto los rasgos distintivos
que les diferencian, hasta llegar a decir que la diversidad de sexos carece de fundamento
real y que todo es debido a una mera construcción cultural. Hace ya algún tiempo que
Simone de Beauvoir dejó sentenciado en su famoso libro “ El segundo sexo” “que no se
nace mujer sino que llega una a serlo” . Al principio, esta frase no fue más que la
expresión de un sentimiento reivindicativo, que intentaba proclamar la igualdad integral
entre los sexos sin barreras genéticas de por medio. Nunca fue considerada como la
conclusión bien probada de una seria argumentación filosófica, ni mucho menos como
un revolucionario descubrimiento, fruto de una rigurosa comprobación científica. Nada
de eso. Detrás de esas palabras lo único que había era pura visceralidad, motivada eso
sí, por un prolongado e injusto sometimiento de la mujer a lo largo de la historia
El caso es que estás semillas del feminismo igualitarista, lanzadas al viento por la
filósofa francesa, fueron bien acogidas por muchas de las mujeres de su generación, lo
que dio motivo para pensar que con el tiempo bien podrían convertirse en frutos
sazonados, capaces de propiciar un cambio social y político, que es exactamente la fase
en la que ahora nos encontramos. Detrás de la ideología de género hay muchos intereses
sin duda, existen lobbys y fuerzas ocultas dispuestos a dejarse la piel, porque es mucho
lo que les va en ello. Su esfuerzo se está viendo recompensado y hoy puede decirse que
la mayoría de sus reivindicaciones forman parte de nuestra cultura occidental
extendiéndose como una mancha de aceite por todos los estamentos. Su presencia se
hace notar en las escuelas, colegios y universidades, donde lo que priva es la educación
unisex; en los parlamentos, donde se defiende con pasión la globalización del sexo; en
los medios de comunicación que se han convertido en órganos al servicio de esta cusa;
en la sociedad o en las familias donde cualquier gesto diferenciador es interpretado
como machismo, incluso en el mundo de la jurisprudencia se cuestiona la
diversificación genética hasta el punto de quedar suprimidos del código civil los
términos padre, madre , esposo, esposa. Se trata de una ideología en auge, la única que
ha podido sobrevivir a la hecatombe del posmodernismo y que está poniendo en jaque a
una estructura milenaria que hasta ahora venía sustentándose en la bipolaridad de los
sexos.
El asunto es de tal calado que amenaza con cambiar de rumbo los destinos de la
humanidad. Ciertamente, masculinizar el mundo supondría romper el equilibrio
existente entre dos tipos de humanidad complementarios, llamados a entenderse. Hacer
desaparecer a la mujer para convertirla en hombre es empobrecer la especie humana, es
deshumanizarla y privarla de los elevados valores de la feminidad, es condenarla a vivir
huérfana de maternidad . Convertir a la mujer en una mala imitadora del hombre sería
un gran error y supondría una catástrofe, porque el mundo necesita tanto de la
intuición, comprensión y ternura de la mujer como del razonamiento, la fuerza y
creatividad del hombre . La amenaza que subyace en la cultura de género, con todo lo
que ello implica, no es un tema menor y de él debiéramos tomar conciencia
urgentemente. Ya nos lo advirtió Benedicto XVI y nos lo vuelve a recordar ahora el
Papa Francisco.
Bien es cierto que la mujer durante siglos ha estado subyugada y oprimida, ha sido
víctima de injustas discriminaciones, de las que debe ser resarcida sin duda, pero
recurrir al igualitarismo disparatado no es el camino. En todo caso si tan necesaria es la
identificación de sexos, la gran mayoría de las mujeres se preguntan y ¿ por qué
tenemos que ser nosotras las que hemos de cambiar y no los hombres? ¿ Por qué el
mundo ha de ser masculinizado y no feminizado? ¿ Por qué hemos de perder nuestra
identidad , si nos sentimos orgullosas de ser mujeres? Seguramente el feminismo
radical y antifamiliarista no tiene respuestas a estas preguntas, porque no reconoce los
valores femeninos y le produce verdadero horror pensar en la mujer como madre,
esposa o ama de casa; en una palabra, no se la imagina adornada con el sublime don de
la feminidad.
Bien mirado existen motivos más que suficientes como para que se abriera un gran
debate que nunca acaba de producirse, seguramente porque los posibles interlocutores
hablan idiomas distintos que les incapacita para el mutuo entendimiento. Sólo dejando
de lado prejuicios u ofuscaciones y situando la cuestión en el plano de la estricta
racionalidad podría entablarse un diálogo fecundo y enriquecedor ; pero por lo que
parece ese momento todavía no ha llegado. Personalmente tuve ocasión de constatarlo
cuando con motivo de la publicación de mi libro titulado “ Ser mujer en un mundo de
hombres” fui invitado para hacer la presentación del mismo en el Ateneo y de paso
pronunciar una conferencia, en la que se abordaran con realismo los temas básicos del
feminismo, entre ellos naturalmente la ideología de género.
Durante una hora aproximadamente expuse mis ideas y después vino el debate en el
que intervinieron diversas feministas, tratando de imponer sus puntos de vista, no por la
fuerza de la razón sino por la razón de la fuerza. Me di cuenta que de poco habían
servido mis argumentaciones científicas, avaladas por los hechos y el testimonio
autorizado de eminentes investigadores en el campo de la neurología, que daban por
probado que el cerebro humano tiene sexo. Comprendí que de nada había servido
recurrir a la psicología para demostrar que hablar de igualdad integral de sexos es una
exageración, toda vez que hombre y mujer son sujetos diferentes y por ende
complementarios entre sí . Me esforcé en mostrar los resultados psicológicos que nos
hablan de que la feminidad está representada por la intuición, emoción y profundidad
interior, mientras que la masculinidad viene representada por la lógica, dominio y
activismo. Los hombres serían así los exponentes de la cultura, las mujeres lo serían de
la naturaleza, con actitudes bien diferentes ante la vida. Para ellos lo importante es
llegar los primeros a la vida de una mujer, lo importante para ellas en cambio es
reservarse lo último y definitivo de la vida de un hombre. Todo esto y mucho más
vendría a avalar la tesis de que estamos ante dos psicologías bien diferenciadas, que el
feminismo radicalizado no acierta a ver, porque permanece anclado en la teoría de
género, aún después de que la Real Academia de la Lengua se pronunciara al respecto
diciendo que el género ha de emplearse en referencia a las cosas y el sexo a las
personas. Para poder abordar esta cuestión en profundidad va a hacer falta grandes
dosis de receptividad y capacidad de comprensión, de no ser así, veo difícil que este
debate del que hablamos pueda producirse , pues como decían los antiguos , con
quienes comienzan por negar las evidencias resulta imposible dialogar.
< El feminismo radicalizado de los años 70 movido por el antijerarquismo obsesivo,
degeneró en un igualitarismo disparatado que condujo a extremismos difíciles de
compartir. Se partía del convencimiento de que todas las injustas situaciones que venía
padeciendo la mujer a lo largo de la historia, tenían su origen en la diversificación entre
los sexos, se pensaba que su humillante discriminación estaba asociada a la maternidad.
Este feminismo radicalizado y antifamiliar señala como la raíz de todos los males para
la mujer, el haber creído que la diferencia entre la masculinidad y la feminidad era una
exigencia natural, cuando en realidad se trataba de un asunto de competencia
estrictamente personal. Es el tipo de feminismo que se ha venido manteniendo fiel a las
directrices marcadas por Simone de Beauvoir, cuya obra “El Segundo Sexo” ha sido y
sigue siendo su alimento espiritual . A partir de aquí ya no se dirá “var￳n y hembra las
cre￳” sino “la mujer no nace sino que se hace”. Este feminismo antifamiliar pretende
salvar a la mujer haciendo de ella un calco del hombre, rompiendo con los esquemas
tradicionales de madre, esposa y ama de casa, liquidando el régimen patriarcal aunque
ponga en peligro la identidad de la mujer
La Sra. Beauvoir y sus fieles seguidoras están condicionadas por el pensamiento de que
si la mujer no se masculiniza y no se olvida para siempre de la maternidad y de la
feminidad corre el riesgo de volver a las andadas y convertirse nuevamente en ama de
casa relegada a las funciones domésticas y el cuidado de los niños. Según ellas, esto es
lo que no bebiera suceder y para evitarlo nada mejor que hacer de la mujer una réplica
del hombre, con lo que uno se pregunta ¿ No habrá sido peor el remedio que la
enfermedad? Porque aún estando de acuerdo en que la situación de nuestras abuelas no
era la deseable, no podemos dejar de pensar que la solución propuesta por el
radicalismo feminista de corte antifamiliarista empeora la situación, ya que si verdad
es, que la parcela reservada a la mujer antes, era muy pequeña comparada con la del
hombre; ahora de lo que se trata es hacer desaparecer a la dueña de esa parcela.
Oigamos lo que una mujer sensata dice al respecto, se trata nada menos que de
Annalinde Nightwind, estas son sus palabras “ fíjate bien lo que voy a decir porque no
voy a ruborizarme : incluso allí donde las mujeres han sido violentamente oprimidas,
ellas todavía conservaron sus propios valores femeninos, todavía existía un lugar para la
feminidad , una feminidad trasmitida de madres a hijas o de amiga a amiga , de mujer a
mujer ; pero ahora vivimos en una sociedad terriblemente desnivelada… . El espíritu
masculino encuentra acomodo en las mujeres por encima de sus propios valores,
aquellos que les son propios por naturaleza; suelo definir a la mujer moderna como un
ser colonizado . Esto no tiene otro significado que el triunfo absoluto del patriarcalismo,
del machismo si así lo prefieres , su apoteosis total”. Yo a￱adiría además que hay
mucha sin- razon en este feminismo masculinizante que por una parte ve en el hombre
al natural enemigo, al opresor de las mujeres y por otra le convierte en un modelo a
imitar . Cuentan que en una ocasión estando reunidas un grupo de las que promueven el
igualitarismo radical, una de ellas tomo la palabra para decir. “¡Compa￱eras!, no hemos
de parar hasta demostrar a estos déspotas arrogantes que somos idénticos a ellos.>
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