La nueva ética mundial
Martha Morales
La nueva ética mundial se ha ido imponiendo y la agente toma las nuevas normas
sin analizar su origen y sus implicaciones. “La ética mundial esconde un programa
anticrístico enraizado en la apostasía occidental”, afirma Marguerite A. Peeters, y es
impulsado por minorías poderosas. La mayoría ignora lo que está en juego. La
ignorancia siempre es mala consejera.
Ahora el énfasis se pone en estar bien con uno mismo y con su comodidad. No se
trata de una sociedad que no quiere a Dios, sino que quiere dioses nuevos; es peor
que si no hubieran conocido a Dios. El Anticristo no vendrá si no hay apostasía. No
se puede tener un Anticristo si no has tenido a Cristo. La cultura del Anticristo le
hace la guerra a la oración y a la Palabra de Dios.
Hay un vuelco en la cultura. Tratan lo profano como santo, y lo santo como
profano. En el nombre de la tolerancia se puede hacer y decir lo que se quiera. Se
trata de tolerar solamente el mal. Y el que habla en contra de ello se le llama
intolerante. El espíritu de nuestra época es el de un nuevo orden mundial, una sola
civilización. ¿Quién no lo acepta? Una minoría.
La nueva ética conlleva un espíritu de arrogancia y de blasfemia no hay nadie por
encima de sí mismo. Se trata de redefinir la sexualidad, redefinir la moralidad,
redefinir el matrimonio. El hombre se declara a sí mismo Dios. Cuando sucede esto,
estamos en una época peligrosa.
Una revolución cultural mundial
Nuevos conceptos se extendieron a través de un nuevo lenguaje: género,
consenso, salud reproductiva, derechos sexuales, derecho a elegir, elección
informada, orientación sexual, empoderamiento de la mujer, espiritualidad secular…
Este lenguaje tiende a excluir palabras como: amor a la verdad, moralidad,
conciencia, mujer, padre, madre, hijo, ley, fe, sufrimiento, castidad, esperanza,
naturaleza, amigo, enemigo, autoridad…
Tales nuevos conceptos son omnipresentes. Empapan todo. Se vive en una cultura
gobernada por los valores del consenso. La posibilidad de un auténtico consenso
co-existe con un programa radical. Los nuevos conceptos están interrelacionados.
¿Qué jefe de Estado ha propuesto alternativas a los nuevos paradigmas? Los
actores políticos no han opuesto resistencia y han aceptado los nuevos paradigmas.
Esta revolución ha pasado desapercibida. No ha producido un debate abierto sobre
el contenido de los nuevos conceptos.
La ONU argumentó que los “problemas globales” no sólo requerían soluciones
globales, sino también valores globales, una ética que sólo ellos podrían forjar. De
acuerdo con esta lógica, lo que los gobiernos necesitaban, no era un debate, sino
la experiencia del terreno y los conocimientos técnicos de las ONGs. La mayoría
cometió el error de adherirse al mito de la neutralidad sin interesarse en el
fundamento antropológico e ideológico de estas cuestiones.
Por su mandato, la ONU es una organización intergubernamental. Se suponía que el
<<consenso global>> debía reflejar la voluntad de los gobiernos y que éstos a su
vez debían representar la voluntad del pueblo. Pero en la práctica, las normas
mundiales fueron construidas por <<expertos>> elegidos en función de su
orientación ideológica.
La condición para formar parte de una colaboración es la de adherirse a una visión
y a una estrategia preestablecidas: los socios deben tener ideas afines. Cualquier
fuerza que no esté alineada con esta visión queda excluida de antemano.
Los poderosos del control poblacional y su industria millonaria, los movimientos
ecofeministas así como los académicos postmodernistas, ocuparon puestos clave en
las Naciones Unidas. Después de 1989 se presentaron como los expertos que la
comunidad internacional necesitaba para afrontar los nuevos retos de la
cooperación internacional. Estos ideólogos ejercieron un liderazgo normativo
mundial.
Las ONGs afines a la ONU adquieren una gran importancia a la hora de diseñar
estrategias de acción. El peligro de estos patrones es que la legítima autoridad
moral de los gobiernos electos se redistribuye a grupos de interés no electos que no
sólo no tienen legitimidad política sino que además pueden ser radicales.
La ética mundial se posiciona por encima de la soberanía nacional, por encima de la
autoridad de los padres y de los educadores, e incluso por encima de las enseñanzas
de las religiones del mundo. Traspasa toda jerarquía legítima. Establece una conexión
directa entre ella y el ciudadano individual, lo cual es propio de una dictadura.
En la nueva ética, se le da enorme importancia al “derecho a elegir”, valor supremo
de la nueva cultura. Peteers explica que “el radicalismo postmoderno estipula que el
individuo, para ejercer su derecho a elegir, debe liberarse de todo marco normativo,
ya sea semántico (definiciones claras), ontológico (el ser, lo dado), político (soberanía
del estado), moral (normas trascendentes), social (tabúes, lo que está prohibido),
cultural (tradiciones) o religioso (dogma, la doctrina de la Iglesia). Esta supuesta
“liberación” ser convierte en un imperativo de la nueva ética. Pasa por la
desestabilización y la deconstrucción (dos palabras clave de la postmodernidad) de
las definiciones claras, del contenido del lenguaje, de las tradiciones, del ser, de las
instrucciones, del conocimiento objetivo, de la razón, de la verdad, de las jerarquías
legítimas, de la autoridad, de la naturaleza, del crecimiento, de la identidad (personal,
genética, nacional, cultural, religiosa, etc.), de todo lo que se considera universal y,
por consiguiente, de los valores judeocristianos y de la revelación divina”.
Cuando se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, la
cultura occidental todavía reconocía la existencia de una “ley natural”, de un orden
“dado” al universo, y de un “Dador”.
La ausencia de definiciones claras es el rasgo dominante de todos los términos y
expresiones del nuevo lenguaje global, de todos los paradigmas postmodernos. Los
expertos que han forjado los nuevos conceptos se negaron explícitamente a definirlos
claramente, alegando que una definición concisa limitaría la posibilidad de cada uno
de elegir su propia interpretación, lo cual contradice la norma del derecho a elegir.
Los niños pueden elegir su propia opinión, independientemente de los valores que
reciban de los padres (derechos del niño).
La salud reproductiva conlleva el derecho a no reproducir (aborto “seguro”, acceso
universal a “la más amplia gama de anticonceptivos”). La salud reproductiva es el
caballo de Troya del lobby pro aborto y de la revolución sexual mundial. A pesar de
su carácter eminentemente incoherente, la salud reproductiva se convirtió
paradójicamente en una de las normas más aplicadas de la nueva ética mundial.
La ética de la elección se jacta de eliminar jerarquías. Sin embargo, al imponer
mundialmente la “trascendencia” de la elección arbitraria, engendra una nueva
jerarquía de valores. Coloca el placer por encima del amor, la salud y el bienestar
por encima de lo sagrado de la vida, la participación de grupos de interés especiales
en el gobierno de los asuntos públicos por encima de la representación
democrática, los derechos de la mujer por encima de la maternidad… (Marguerite A.
Peeters).
El resultado final de la dictadura global del relativismo es la deconstrucción del
hombre y de la naturaleza, y la propagación cultural de la apostasía en el mundo y
en particular en los países en vías de desarrollo.
Al igual que los sistemas ideológicos del pasado, la ética mundial terminará
deconstruyéndose. Al estar repleta de contradicciones, no es sostenible. Los
cristianos no deberían dar por hecho, sin embargo, que la civilización mundial que
está emergiendo volverá por sí misma al sentido común y a los valores cristianos: la
nueva cultura debe ser evangelizada.
Dios no quiere que tengamos miedo, sino que estemos vigilantes, que estemos
alegres. Pero los cristianos no siempre distinguimos entre el nuevo sistema ético,
construido y los designios de salvación de Dios, que son eternos. Por eso hay que
hacer oración. Las dos lógicas van en direcciones opuestas.