UNA GRATA EXPERIENCIA
Una parroquia vecina a la que me encuentro está orientada por hermanas
religiosas.
Esto hace que, algunas veces, deban andar buscando algún cura para alguna
actividad.
No hace mucho me solicitaron si podía acompañarles en una eucaristía que tendrían
un lunes a las 14 horas.
Ya la hora era elocuente para saber lo que habrían de celebrar un día de semana y
en ese horario.
Deseaban que se celebrase la eucaristía y se le administrase la unción de los
enfermos a diversos ancianos de la parroquia.
El día se presentó con algo de viento pero acompañado por una temperatura muy
agradable y propicia para que los ancianos pudiesen salir de sus casas.
Cuando llegué habían unas veinte personas en el lugar.
Me dije que iba a ser una actividad relativamente sencilla.
Mientras esperaba el momento del comienzo escuchaba acrecentarse el rumor de
las voces que, desde el templo, llegaban hasta el lugar donde me encontraba.
Al llegar la hora se me indicó que podía comenzar.
Grande fue mi sorpresa al ingresar y ver que todos los bancos estaban ocupados.
Por todos lados cabelleras colmadas de canas y algunas personas no podían ocultar
su vejez pese a tener un gorro en sus cabezas.
Algunas personas acompañadas de andadores, bastones o notorios temblores en el
cuerpo.
Imposible calcular la cantidad de años que se encontraban en aquel templo.
Manifesté, para acercarme a ellos, que se podía celebrar la unción de los enfermos
(un invento del momento) si sumando los años de los presentes sobrepasaban los
cien años. Un murmullo de risas se escuchó claramente.
Uno se levantó y dijo que tenía 92 años.
Dos señoras que estaban cerca de mí manifestaron: “Yo tengo 83 años” “Yo 86”
Una señora se puso de pie y para decir que el miércoles estaría cumpliendo 98
años.
Con ese panorama por delante me encomendé al Señor para que me ayudase a
realizar una celebración digna y que llegase a la mayor cantidad posible de las
personas presentes.
¿Cómo es hablar para gente tan mayor?
¿Qué decirles para que tal celebración les dejase algo para sus vidas?
Uno sabe que es Dios quien actúa pero……. se debe colaborar.
Lo primero era intentar decir cosas que hiciesen, según uno puede suponer, a sus
vidas.
Que no sintiesen que uno estaba celebrando algo ajeno a ellos y su realidad tan
concreta.
Lo segundo era no hacerles pensar que uno pudiese tener un concepto peyorativo
de sus enfermedades o de su vejez.
Lo tercero era no hacer una apología de la ancianidad cuando algunos de ellos, tal
vez, sufren de soledad más que de otras dolencias.
Con el correr de la eucaristía me iba llamando la atención el silencio atento con que
todo iba desarrollándose.
Un silencio que se rompía con algún divague que se me ocurría para matizar la
seriedad de la celebración.
Me quedé con la gratitud de muchos de ellos luego de recibir la unción.
Me quedé con el respeto silencioso que predominó en todo momento.
Me quedé con una celebración de una hora y cuarenta y cinco minutos que me
dejó cansado pero con la satisfacción de haber puesto lo mejor de mí al servicio de
aquel grupo humano.
Me quedé con la inmensa necesidad de agradecer a Dios porque había estado
presente colmando aquel templo de oración, paz y alegría.
Una experiencia muy rica y grata que, me parece, vale compartir..
Padre Martín Ponce de León SDB