El portazo
P. Fernando Pascual
27-6-2015
Hay portazos porque hay viento. O porque falta atención. O porque uno desea afirmarse a la hora de
abrir y cerrar su puerta. O por varios de esos motivos a la vez...
Lo sabemos: con un poco de cuidado y de educación se evitarían muchos portazos. Pero hay personas
que son despistadas, otras que son despreocupadas, otras que buscan molestar al provocar ese ruido,
otras que...
También son diferentes las reacciones al escuchar un portazo. Para algunos resulta algo casi normal,
sin mayor relevancia. Otros saltan de la silla llenos de rabia. Otros piensan en corregir al descuidado.
Otros...
¿Qué hacer ante los portazos? Prevenirlos cuando sea posible. Intentar no ser uno mismo la causa de un
hecho que puede molestar a otros y que en ocasiones daña seriamente las paredes de un edificio.
Otras veces hace falta hablar con quienes, por descuido o por actitud de autoafirmación, son las causas
de esos portazos. Aunque, la verdad, ¿sirve para algo hablar a quienes, quizá, ya no desean o no
pueden iniciar un cambio serio en sus vidas?
De nuevo, sonó el portazo. Cerca o lejos. Por “culpa” de alguien que conocemos o por una persona
desconocida. Respiramos hondo. Hace falta esa hermosa virtud de la paciencia.
Luego, con prudencia y tacto, veremos si hay caminos para remediar la situación, o si no vale la pena
un regaño improductivo. Y siempre podemos pedir a Dios para que, al menos, haya más atención y
cuidado. Así se evitarán daños materiales y se hará más llevadero el ambiente en familia o en el puesto
de trabajo.