ALGO MÁS QUE PALABRAS
LA UTOPÍA RADICA EN EL HORIZONTE
============================
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
============================
Tenemos que volver a nuestras raíces. El mundo debe concentrarse en vivir en sociedad, en
atender a las personas más vulnerables, en comprender el abecedario del corazón para contribuir a una
vida más auténtica y desprendida. Ciertamente, cada ciudadano es como es, pero ha de buscar vivir en lo
armónico; y es, desde esta estética del alma, como podemos avanzar hacia esa unidad conciliada y
reconciliadora que tanto necesitamos. Con frecuencia, Naciones Unidas nos llama la atención sobre la
represión sistemática y la violación constante de los derechos humanos. Estos desajustes sociales casi
siempre parten de poderes que gobiernan con arbitrariedad e impunidad, sin miramiento alguno por el ser
humano, al que se le desmotiva hacia una falsa conquista de un bienestar que no es tal, puesto que cada
día somos más esclavos de nuestras propias contrariedades. Por desgracia, lo hemos concentrado todo en
el individuo, cuando el horizonte es comunitario y la grandeza de un bienestar moral es cuestión global.
Indudablemente, necesitamos tener horizontes por los que vivir, por los que luchar, es nuestra
gran esperanza, en un mundo que por su naturaleza es tremendamente imperfecto, pero va a ser nuestro
coraje y nuestra ética lo que va impedir que las cosas no tengan un final perverso. Todo va a depender de
la propia especie humana, en el sentido de que podemos ser tanto constructores como destructores de un
camino sin retorno. Por ello, tenemos que hacer todo lo posible por aminorar los sufrimientos en un
mundo espantosamente permisivo, ocupado y preocupado por grandezas absurdas, en lugar de mostrar la
mano tendida hacia aquellos seres humanos que a diario se ahogan en el miedo ante nuestra indiferencia.
Sin duda, la ciudadanía tiene que mostrarse más acogedora. Los países deben analizar individualmente el
riesgo de tortura que sufren algunas personas migrantes y no deportar a nadie a un lugar donde corra el
peligro de sufrir persecuciones o tormentos. Debemos protegernos unos a otros, no victimizarnos. No
olvidemos, que un mundo sin clemencia es un mundo a la deriva, por mucho que se nos llene la boca de
justicia.
Nuestras raíces son las que son y han de estar relacionadas con la autenticidad del consuelo, y
con la imagen de la esperanza puesta en nosotros mismos. Puede haber personas que hayan destruido en
sí mismas el deseo de crecer como humanidad, optando por vivir egoístamente para su yo y el de los
suyos, personas que han vivido para el odio y la mentira, que han pisoteado la inocencia de un niño y
hasta la sonrisa de un abuelo, pero detrás de su terrible historia van a reencontrarse con la decadencia de
su propia paz interior. A poco que ahondemos en lo que somos, veremos que nuestras existencias están en
profunda comunión entre sí. Nos necesitamos todos para proseguir nuestras andanzas cada amanecer,
incluso hasta en el sufrimiento si es compartido es menos sufrimiento, tampoco nadie puede vivir por sí
mismo. En consecuencia, nunca es demasiado tarde para recomenzar una nueva vida, donde se avive
mucho más la conciencia social, para de este modo reconocer cuál es la contribución que cada uno puede
aportar solidariamente al mundo y a sus análogos.
Por desgracia, no sólo se viene produciendo un deterioro mundial de la convivencia, también
soportamos una degradación del mismo ser humano, al que se le impide muchas veces, no solo transitar
por el mundo, sino también vivir y poder desarrollarse. Cada día son más las fronteras y las barreras que
nos trazamos unos contra otros, y mucho me temo que esto va en aumento, ante la debilidad de las
reacciones internacionales. Todo se somete al poder y a los poderosos, luego se manipula la información
hasta el extremo más ficticio, para que prevalezca el interés de los activistas de las finanzas. Así no se
puede avanzar en esa añorada unidad. Es verdad que todo está interconectado, pero todo está asimismo
dañado por una visión excluyente que margina y no ampara, aunque sabemos que toda sociedad tiene la
obligación de defender y promover el bien colectivo. Ahí están los muchos deberes por hacer. Aún no
hemos erradicado la miseria porque no hemos querido. Nadie asume responsabilidades. Y la factura de
débitos desbordándonos. Mal que nos pese, pues, el horizonte es negro. Nos amenaza la tempestad.
Trabajemos, pero de otra manera; a mi juicio, más coordinados y con menos venganzas. Este es el único
remedio que se me ocurre para el mal de este siglo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
24 de junio de 2015.-