LA SILLA DE RUEDAS
Trato de imaginar pero ello no me es posible.
Supongo que ello no pasa por la posibilidad de imaginación sino por una vivencia.
Nunca, gracias a Dios, he pasado por una situación semejante por ello mi
imaginación se estrella ante lo imposible.
Aquella persona había hecho de su vida un servir a los demás.
Un servir con visitas y acompañamientos.
Casi a diario recorría la ciudad.
La excusa de su necesidad de caminar le era de utilidad para que nadie supiese de
su apostolado.
Silenciosamente recorría y visitaba enfermos, personas solas o ancianas.
Muy pocas veces, casi nunca (por no decir nunca), hablaba de su actividad.
El silencio era parte de su actividad.
Quienes conocen algo de su actividad solamente saben retazos de ella.
Si se juntan esos retazos se puede armar una bellísima actividad.
En silencio recorría grandes espacios de la ciudad llevando, más que una palabra o
una escucha, la cercanía de una visita.
Repentinamente su vida cambió.
Un ACV inmovilizó parte de su cuerpo. Se vio en la necesidad de quedar recluida en
su casa.
Se terminaron, por ahora, las visitas que esta persona realizaba.
Ahora es ella quien debe ser visitada.
Se terminaron, por ahora, sus pasos silenciosos y rápidos por las calles de la
ciudad.
Ahora es ella quien debe ser destinataria de otros pasos que conduzcan hasta su
casa.
Por ahora sus piernas no son otras que una silla de ruedas.
Allí sentada es conducida, por ahora, en el interior de su casa.
Supongo no has de ser nada fácil pero necesario ha de ser el poder transformar en
Cristo a esa silla de ruedas.
Él que pide nos instalemos en su realidad.
Él que desea nos hagamos unidad para con su voluntad.
Él que nos conduce.
Él que anda nuestros pasos.
Él que nos hace transitar por lugares que no son de nuestro agrado.
Él que hace que lo nuestro sea una oportunidad de oración porque de encuentro
con Dios para con los demás.
Él que transforma lo nuestro en un acto de identidad con su amor liberador.
Él que nos transforma en seres útiles.
La silla de ruedas nos identifica con esa realidad muy nuestra donde se aprende a
dejarse conducir.
Es poder aceptar que lo nuestro es lo suyo con todo lo que ello implica.
Es saber que no es lo que deseamos sino lo que Él dispone.
Él supo culminar su entrega generosa identificándose con la cruz.
Nosotros estamos llamados a una entrega generosa que nos puede, como en el
caso que mencionamos en este artículo, identificar con una silla de ruedas.
Para ello se hace necesario se sepa ver que está muy lejos de ser un simple útil y
posee mucho de Él.
Como todo lo de Jesús, ni cómodo ni fácil.
Como todo lo de Jesús, poniendo en acto nuestra capacidad de amar.
Solamente él es capaz de ayudarnos para saber ver que una silla de ruedas es de
utilidad para que el reinado de Dios sea un algo más.
Padre Martín Ponce de León SDB