ALGO MÁS QUE PALABRAS
PUEBLOS EN CONFLICTO, CIUDADANOS DESESPERADOS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Reconozco que una de las estampas que más me conmueve es ver la huida forzada de seres
humanos. Por desgracia, son muchas las almas que han de trasladarse para poder sobrevivir. La guerra
continua siendo la principal causa del inexcusable desplazamiento. Las cifras nos dejan sin palabras. El
cincuenta y cinco por ciento de los refugiados provienen de cinco países afectados por conflictos armados
y situaciones de violencia generalizada: Afganistán, Somalia, Irak, Siria y Sudán del Sur. Respecto a las
personas desplazadas, figuran no solo países lejanos a América Latina como Siria, sino también la misma
Colombia. Asimismo, hay diez millones de ciudadanos que carecen de una nacionalidad, en países tales
como Myanmar, Côte d'Iviore, República Dominicana, Tailandia, entre otros. En cualquier caso, todos
ellos son latidos de vida que desean normalizarse. La esperanza de una salida humana a su desesperación
jamás la pierden. Recordemos que, en las adversidades, cualquier persona es salvada por la confianza
puesta en sus análogos.
Este desbordante número de desplazados nos recuerda la necesidad de superar divisiones, de
poner sosiego en un mundo convulso, de renovar nuestro compromiso por entendernos, de la obligación
de auxiliar a las personas que han tenido que abandonar su propio hábitat. No podemos permitir que ni
una sola persona se vea rota por contiendas inútiles de unos contra otros, que ni una sola familia se vea
desgarrada por el absurdo de las batallas. Los niños son casi siempre los que más sufren. La asistencia
humanitaria no es suficiente, se precisa atajar de raíz este mal con otros gestos más directos, como la
construcción de un mundo más respetuoso con la ciudadanía, y especialmente con los más débiles,
teniendo en cuenta que la solución a este problema sólo puede venir del diálogo comprensivo, de la
moderación en nuestras actitudes, de la compasión por quien sufre esta situación de exclusión, con la
búsqueda de soluciones conjuntas y globales, a través del sentido de la responsabilidad de todos para con
todos.
Reconozco que no es nada fácil tener que reiniciar la vida alejado de los nuestros, teniendo
presente además que la mayoría de las personas que huyen desesperadas, tienen que elegir entre algo
horrible o algo aún peor. Por consiguiente, hemos tomar conciencia de esta angustiosa realidad, donde los
pueblos se alzan en irracionales conflictos, apoderándose de ciudadanos verdaderamente desmoralizados.
Al conmemorar durante este mes de junio, concretamente el veinte, el Día Mundial de los Refugiados,
pienso que sería bueno, no sólo recordar las causas que obligan a estas personas a desplazarse obligadas
por todo el mundo, también sería humano hacernos el propósito, cada cual consigo mismo, de brindarles
nuestro incondicional apoyo. No olvidemos que podemos ser cualquiera de nosotros los que un día
podemos padecer esa movilidad impuesta.
En muchos casos huyen a la desesperada, para salvar su propia existencia, con la intención de
hallar seguridad, protección y una manera de satisfacer sus necesidades más básicas. Por eso, la
solidaridad internacional es imprescindible. Me consta que multitud de ciudadanos, ante esta
aglomeración de sufrimientos inenarrables, depende de la asistencia material y de la protección jurídica
de organizaciones caritativas. En consecuencia, tanto nuestra comprensión como nuestro auxilio,
contribuirá a que encuentren en el mundo el hogar perdido. Ciertamente, la especie humana en su
globalidad ha de abrir sus brazos a esos pueblos en conflicto, para acoger a esos ciudadanos desalentados,
abatidos, sin horizonte alguno.
Hagamos, pues, del planeta una ciudadanía sin fronteras, donde todos nos sintamos porción y
proclama de la reconciliación, según la cual nadie pueda ser considerado un estorbo, fuera de lugar o
descartable. Realmente, todos necesitamos sentirnos acompañados por gente compasiva y, a la vez,
acompasados por lo armónico. Todo lo contrario a lo que se percibe hoy en un mundo rebasado por
violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos humanos, lo que genera un clima de terror como
jamás, que acalla cualquier voz disidente. En muchos países no rige la ley, sino el miedo. Mal que nos
pese, este es el horrendo escenario en el que nos movemos. Pienso, por consiguiente, que ha llegado el
momento de que los gobiernos del mundo, y especialmente los de Europa, norte de África y Oriente
Medio, se esfuercen más por hacer frente a este creciente éxodo de solicitantes de asilo y migrantes en
todo el Mediterráneo. Naciones Unidas estima que la cantidad de refugiados podría duplicarse en los
próximos meses, por lo que urge implementar planes mundiales que den respuestas eficaces al fenómeno.
Insisto, hablamos de vidas humanas que huyen en busca de una vida a salvo. Es por ello, que cada día
estoy más convencido que la cultura del hermanamiento se hace vital para superar actitudes defensivas y
recelosas, de desinterés y apatía.
Personalmente, hace tiempo que vengo reivindicando menos políticas interesadas y más cultivo
por la unión de la especie humana. Son muchos los pueblos que arden en mil conflictos, pero ante este
cruel fenómeno, lo peor es quedarse sin hacer nada, lo humano es que respondamos cooperando e
intensificando los esfuerzos para crear condiciones adecuadas de convivencia. Bien es verdad, que no se
puede reducir el avance de los pueblos a un mero crecimiento económico, obtenido en la mayoría de las
veces sin considerar a las personas más indefensas, el mundo sólo puede mejorar si no se abandona a
nadie, si todos cuentan en esa atención primaria; si somos capaces de avivar una cultura de acogida, y no
de exclusión, como hasta ahora se ha venido haciendo.
Conviene recordar que aún millones de personas alrededor del orbe se encuentran atrapadas en
una especie de limbo jurídico, al no ser consideradas como nacionales por ningún país, afectando al
disfrute de sus derechos más básicos. ¿Habrá algo más inhumano que ninguna nación nos acepte?.
Evidentemente, esta tensión aparte de destruir a la persona que es víctima del hecho, la misma sociedad se
deshumaniza, con el consabido desarraigo que a todos nos embrutece. Por otra parte, no perdamos de
vista que de los más de cincuenta millones de personas desplazadas forzadamente que hay en el mundo
casi la mitad son criaturas en formación. Debido a estos abultados números, la agencia de Naciones
Unidas para los refugiados, con la colaboración de una firma comercial, acaba de tomar la decisión de
desarrollar una campaña de sensibilización, mediante una sugestiva mochila, para generar empatía y
recordar al público lo que significa el desplazamiento forzado para los chavales.
Esta expansión de lucha cotidiana por la supervivencia debe interpelarnos a todos, también a la
Comunidad Internacional, pero nuestra tarea debe ser más exigente para favorecer respuestas concretas de
cercanía y acompañamiento hacia esa ciudadanía marginada, también hacia esas personas que huyen de
sus hogares por causas parecidas a las que motivan la huida de los refugiados, pero que no cruzan una
frontera internacional. Los datos son descomunales. Según Naciones Unidas, cada minuto ocho personas
lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. Invito, pues, a reflexionar sobre este
contexto que va a más, de personas forzadamente desarraigadas, cuando menos para defender su
dignidad, mejorar su calidad de vida, con la esperanza de que vuelvan a alegrar su existencia con nuestro
apoyo. El ser humano necesita querer, pero también sentirse querido. Y es muy duro, que ante la lejanía
de los afectos familiares, nadie te vierta una sonrisa de luz, ante la incertidumbre de futuro, en la que
suelen encontrarse los campos de refugiados.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
14 de junio de 2015